sábado, 11 de diciembre de 2010

El país del que me fui



En la tele aparece un tipo con el torso al descubierto, portando un arma de fuego en la mano. La lleva semi escondida con una camiseta y de vez en cuando la eleva y amaga con disparar, o dispara.
El noticiero dice que el hombre ya  está identificado. Se trata de un integrante de la barra brava del club de fútbol Huracán; dicen que ha viajado al Mundial de Sudáfrica con "Hinchadas Unidas Argentinas" -según entiendo, un proyecto creado por un dirigente kirchnerista, complicadísimo de entender. Se explica que nace como algo similar a una ONG para trabajar con gente de las villas y que.... Uno se cansa... se cansa de leer- Lo concreto es que vía esta institución se envíó a ciertos hinchas de fútbol para alentar a la Selección Nacional durante el último Mundial a Sudáfrica y que este hombre estaría entre ellos. 
Se llega a decir incluso que esta persona podría trabajar en la Obra Social de los empleados de la Ciudad de Buenos Aires. Pero esta última información no se confirma y lo más seguro es que todo lo que se dice puede ser parte de una vieja campaña de desprestigio mutuo, una lucha de poder entre el gobierno Nacional de la Presidente Cristina Kirchner y el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, liderado por el Intendente Mauricio Macri.

Todo esto, a su vez, se inscribe en un día de furia que ya se cobró cuatro muertos. No llega a ser el desenlace, sino el saldo provisorio de una batalla campal que se estalló el martes pasado en Villa Soldati, un barrio marginal del sur de la capital Argentina. 
Hay un gravísimo problema social en todo el país pero que aquí se eleva a la categoría de paradigma. Hay un parque público que es ocupado por gente de muy bajos recursos, porteños mezclados con inmigrantes, la mayoría bolivianos que además son discriminados. Intentan establecerse pacíficamente y hasta establecer sus propias viviendas precarias en el parque. Hay un sector de la misma zona dominado totalmente por narcotraficantes donde no puede ni entrar la policía. Los vecinos protestan por la ocupación del parque porque no pueden pasear en paz con sus niños. Hay una guerra de pobres contra pobres. 
El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires -aparentemente y con cierta lógica- intentó desalojar a los ocupas del parque y se desató la furia. Desbordado pidió ayuda al gobierno nacional para que envíe parte de la Policía Federal a la zona y le ayude a apaciguar el conflicto. Pero el gobierno se niega y se echan la culpa mutuamente. Nadie quiere ensuciarse las manos con sangre, sangre de la gente que los ha votado. La feroz guerra política deja a los ciudadanos en las manos de la injusticia e inmediatamente, de la violencia y la muerte.

Discutimos del país. Él está muy en contra, yo todavía un poco a favor pero cada vez menos, otros defienden todo a muerte. En cualquier caso, discutimos desde uno de los peldaños más privilegiados de la Argentina: una casa, un asado, unas copas y café... Yo, además, discuto desde afuera. Vine, ví y opiné. Sé que me crucificarán por esto. Lo asumo.
En realidad, casi todos opinamos lo mismo: no queremos esto; pero terminamos teniendo el mismo problema: cómo, por dónde empezar. 
Pareciera que hay casi tantas argentinas como sectores, como intereses, como habitantes en este suelo y así, cuando hay tan poca cosa en común no llega a haber un país. No hay una base infranqueable, firme y estable de la que ya no se debería discutir más. Todo puede ser.
A todo esto, cabe decir que no hay en este momento una mala coyuntura económica. La Argentina está creciendo hace ya varios años a un ritmo del 7%. 

La principales autopistas y avenidas de la Capital sufren diariamente cortes por parte de un puñado de personas, pertenecientes cada día a un sector distinto, que protestan por alguna causa, justa o más o menos justa.
La policía no interviene. Hace años el fallecido Néstor Kirchner tomó como bandera nacional la no represión a los piquetes de protesta. "...frente a cuestiones sociales no cabe la mano dura", repitíó ayer mismo la presidenta. Se enarbola con esto, además, la defensa de los derechos humanos. En principio la idea suena bien, pero a costa de esto hay otra parte del país que tiene que soportar esa protesta. Por lo que sea, la ruta de ida o de regreso a casa en paz no está garantizada nunca. Y a costa de esto llevamos ya cuatro muertos en 48 horas en el conflicto de Villa Soldati.
¿Dónde está la línea que divide la intención de no reprimir con la sensata aplicación de la seguridad pública en defensa del bien común? No existe esa línea y en su lugar se abre otra vez el ancho río del enfrentamiento entre Nación y Capital con el discurso político: "Quieren hacer aparecer que como defendemos los derechos humanos no nos importa la seguridad", se queja la presidenta Kirchner, disparando contra la oposición.
Pero al argentino medio no le importa si interviene la policía de Capital o de  Nación, tampoco le importa el color político y la zona donde cayó el cuerpo ensangrentado del muerto. Le importa la seguridad como uno de los pilares elementales de cualquier democracia.
En los foros la gente pide la renuncia de Macri, en la tele se quieren comer cruda a la presidenta. Pero los muertos son  argentinos.

Volviendo a la batalla campal de Villa Sodati parece que lo que era el cuarto muerto no está aún muerto. En medio de los disturbios, herido, lo habían subido en una ambulancia. Pero los más violentos, enfurecidos, se metieron en la ambulancia, lo sacaron y le pegaron un tiro en la cabeza. Lo dieron por muerto pero parace que sigue vivo.

Me hago un café. Por un lado de la ventana entra el sonido de un clarinete. Algún alumno del conservatorio practica la escala pentatónica y se nota que mejora. Por el otro lado, en el jardín, un zorzal pica el pasto y saca una lombriz. Caen las flores del jacarandá.

(Foto: Nico) Un tren de TBA -Trenes de Buenos Aires- acaba de salir de la estación de Martínez con dirección a Tigre.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Memorias del torturador de gatos

Cada vez que llegaba a casa me daban una ganas tremendas de apretarlo. No digo acariciarlo ni abrazarlo, sino apretarlo. Un tipo de acto reflejo que me poseía y que de alguna manera me justificaba por el simple hecho de alimentarlo y soportarlo. Cuando sucedía, hacía todo lo posible por no reprimir nada y llevarlo a cabo inmediatamente. Asi que le ponía las dos manos encima y lo apretaba contra el suelo, ejerciendo cierta presión, de forma constante. Entonces lo observaba, e inconscientemente evaluaba su resistencia y tomaba el tiempo desde el inicio de la presión hasta su primer maullido. Luego lo soltaba y me iba olvidando del hecho hasta el día siguinte.
Al volver a casa sonaba Tchaikovsky. Eran algo más de las ocho de la noche y circulaba a unos suaves 87 kilómetros por hora. Mitad por atasco, mitad por el propio estupor. Me acordaba cómo durante estos últimos días me iba olvidando sistemáticamente de frases e ideas con las que quería comenzar a escribir; inicios que se quedaban en plena noche, en medio de la carretera. 
Y mientras notaba la frecuencia y la forma en que se iban yendo, incluso las de ese mismo momento, no dejaba de pensar en Berto y en nuestro rito casi diario de tortura japonesa. Practicable al instante, sin olvidos.

(Foto: cedida a Nico) El torturador, visto por una cámara de seguridad en un ascensor de un lujoso hotel del centro de Madrid.

domingo, 17 de octubre de 2010

Los qué tendrá que ver



¡Por qué, por qué me haces eso! le dije agarrándolo del cuello.
Leía en El Mundo que el presidente chileno Sebastián Piñera iniciaba hoy una importante gira por Reino Unido y Europa, y en una entrevista aprovecho la ocasión (...otra vez) para decir que espera ahora (destaco el ahora) que empresarios británicos inviertan más en Chile. Entonces me preguntaba qué tendrá que ver rescatar muy bien a 33 mineros atrapados a setecientos metros de profundidad con ser un país adecuado para hacer grandes inversiones. Muy probablemente Chile sea un gran país; lo sé porque al estar del otro lado de la cordillera tiene que ser mejor. Pero me pregunté si de verdad algo habría cambiado tanto en estos dos meses además de solucionar soberanamente bien lo que fue casi una tragedia, además aprovechar la situación para posicionar la marca país. Sobre todo me pregunté qué tendrá que ver.

Unos clicks más abajo, me enteré de que Jesús Neira estaba grave, aunque más allá de su estado se destacaba con cierta ironía que esto ocurría justo dos días después de que muriera Antonio Puerta, quien hace dos años agrediera a Neira y lo dejara en estado también grave, cuando Neira, en loable actitud, intentó proteger a una mujer que estaba siendo agredida por Puerta.
Entonces me pregunté qué tendrá que ver haber defendido valientemente a una mujer con tener capacidad para presidir el llamado Consejo Asesor del Observatorio contra la Violencia de Género (lea de vuelta el nombre de este consejo e intente no perderse). Más aún, cómo puede ser que una persona de este calibre vele justamente por el apaciguamiento la violencia. Qué tendrá que ver.

Más y más clicks abajo, El Mundo hablaba de Maradona, que sería algo así como el paradigma del qué tendrá que ver. Quizá por que al haber sido tan grande en un aspecto se cree que tiene que ser enorme en el otro. Pero en el fondo, no tiene nada que ver.
El que fuera el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos...  (aquí, sí; no uno de los mejores, sino el mejor) un extraordinario futbolista, resulta que es un tipo muy limitado en sensatez. Así y todo, no sólo fue designado D.T de la Seleción Argentina de Fútbol para el pasado Mundial de África 2010, sino que allá por el año 1990 fue nombrado Embajador Deportivo por el entonces presidende Carlos Menem. Y qué tendrá que ver jugar a la pelota como un dios con tener capacidad de manejar un grupo de deportistas, con saber hacer equipo; o con tener un honor tal como para ser un Embajador Deportivo. Sobre todo siendo un personaje como este y cuando no, como este otro. Ya sé que hizo el gol a los ingleses pero... ¿qué tendrá que ver?

En todo este tiempo Berto se coló por la ventana, salió a la terraza y empezó a hacer un pozo enorme, tan grande y profundo que hubiera podido ayudar a los mineros de Chile. Desparramó y hecho tierra hasta el vecino de abajo, rompío las alegrías del hogar y se puso a hacer pis. Yo largué el ordenador y salí a buscarlo. Furioso, lo alcé y lo agarré del cuello apretándolo un poco. En ese instante me dí cuenta de que al final él era el único que hacía algo sensato, el único que no tenía segundas intenciones y que todo lo que hacía tenía todo que ver con lo que era: un simple gato.
¡Por qué, por qué me haces eso! le dije con cara de enojo, aunque riendome por dentro. El me miraba calmo, sin decir nada, como diciendo ¿Y por qué va a ser?. Fué ahí cuando le grité esa frase que me gusta tanto decirle cuando hace macanas: ¿Tu madre sabes qué? ¡Tu madre fue un chacal! 
Y reímos los dos a carcajadas. Aunque por dentro Berto decía: Y eso ¿qué tendrá que ver?


Foto (Nico) Una monja duda en la puerta de su convento en Salamanca. ¿Qué tendrá que ver con esto que acabo de escribir?

lunes, 27 de septiembre de 2010

El descuido insólito

En un descuido, mientras sacaba las prendas de la lavadora, Berto se metío dentro; asi que cuando fuí por la siguiente porción le cogí sin querer y al mirar qué cosa extraña había, vi a Berto, que ni se inmutaba. Como contrapartida, un par de días atrás, Billie se precipitó a tierra desde el primer piso y se dió una hostia monumental, colofón de días y días correteando al borde del precipicio.

Le contaba esto a Yolanda y a su vez le decía que la felicidad, cuando aparece, es demasiado fácil de asumir, sobre todo en comparación con la angustia, que más que aparecer o desaparecer sería el estado natural del hombre. Y así, se gasta una cantidad ingente de energía en obtener una felicidad efímera, cuando sería más productivo aprender a tolerar la angustia con valor, lo que nos haría casi tan felices como si fuéramos felices.

Una analogía del propio universo, en el que el estado natural de todo es el frío y la oscuridad, salvo por una fortuita cercanía o no a una estrella. Pero Yolanda no me entendía, y se llenaba la boca con café, y en un descuido insólito dijo que era feliz teniéndome a su lado, como si fuera un lugar dónde se podía ser feliz a pesar de todo.

(Foto: Nico) Berto

jueves, 9 de septiembre de 2010

Vencido el 1 de agosto


Entonces, cuando incliné el envase, cayeron algunos pedazos de banana grandes, de lo poco apetecible en comparación con esas fibras de mierda, y lo único que encontré para amalgamarlos fue un yogur vencido el 1 de agosto. Un momento después me di cuenta de que este hecho no tenía ninguna importancia.
Hacía unos días que se habían acabado las tardes de barquitos de colores y albariño fresco, de alguna manera había que pasar el trance y olvidar Galicia. Sentí que tenía que volver a poblar mi cabeza de cosas así, de detalles inconsistentes, y quizá al prestarles una atención desmedida podría entender el significado de algunas cosas realmente importantes: una ruta, un puerto, un regreso, el porqué de un desayuno dominical... 
Casualmente, un poco después de desayunar compré el periódico y acompañé a Yolanda a lavar su coche. Se había puesto insistente con el tema: -Quiero lavar, quiero lavar... me dijo un poco nerviosa por teléfono... 
Yo trataba de no contactarla mucho. Yolanda filtraba cada sílaba que yo decía con sus ojos de mujer, y en vez de quedarse con el líquido se quedaba con el sedimento. No nos entendíamos bien
Pero a pesar de nuestros profundos desencuentros accedí y observé cómo se mojaba su cuerpo mientras cepillaba con insistencia. A medida que ella giraba en torno al vehículo, erguía su físico para refregar hasta el techo, y se mojaba. Y con el agua nuestro vínculo se desdibujaba. Y, aunque apenas,  daba paso a otra cosa; como el domingo que iba tomando sentido involuntariamente hacia el lunes.


(Foto: Nico) Jabón y algunos reflejos interesantes en la luneta trasera





miércoles, 21 de julio de 2010

Malas costumbres


Me desperté pensando que uno debería leer sobre lo que se pregunta, y escribir sobre lo que no comprende.  Un poco más tarde, cuando se acabó mi café con leche, me llamó mucho la atención que Billy se quisiera ir a la mierda. Habìa saltado a la cornisa y asomado al abismo divisaba un mundo desconocido: voces de chicos, sombras de liquidambar y algún vecino imbécil. En casa él jugaba con Berto como Tom y Jerry; ni una sola noche le faltaban los Juniors de pollo y arroz, y de vez en cuando le agarrábamos por molestarle, por relacionarnos un poco. Pero así y todo quería ir más allá y tenía toda la pinta de querer pirarse.

(Foto: Nico) Una imagen cenital de Berto, en el momento en el que Billy intentaba pirarse.

miércoles, 14 de julio de 2010

El terreno baldío

Habíamos cruzado durante horas por un camino polvoriento, lleno de bichos y nubes de evolución. Sin inmutarnos, accedimos a respirar ese olor a campo de verano y observábamos con lentitud cómo seguía pasando el tiempo. Al recostarse, sus piernas adoptaron una posición en forma de cuatro y mientras nos dormíamos balbuceábamos el recuerdo de cómo habíamos llegado hasta allí, por qué todo nos agotaba y nos gustaba tanto; qué razón se escondía en aquella tarde color de durazno.
(Foto: Nico)

miércoles, 19 de mayo de 2010

Versiones de luna creciente

Y en el fondo ¿quién podía saber lo que había en su interior? La conocía, sí; pero ni siquiera después de tantos años podía interpretarla. Nadie podía entrar ahí, en el resquicio mismo donde pensaba, donde sentía y se movía. Era impenetrable; pero más que desconcertarme, el hecho de ver el límite mismo hasta el que uno podía llegar dentro de una persona me resultó reconfortante.
Yolanda y yo salimos juntos a comprar un helado, acabábamos de cenar. Billy se había quedado en casa solo. Cuando lo dejé, practicaba a ponerse nervioso, se inventaba peleas con los cordones de mis zapatillas. Comenzaba a mirar desde abajo las sobras de la cena que íbamos dejando en la mesada, y desconfiaba. No podía saltar hasta allí, era una distancia inalcanzable para un gato de su tamaño pero sabía que algo de eso le pertenecería pronto; de reojo, se imaginaba.
Mientras caminábamos, yo imaginaba formatos diversos de helado, cremas de colores y coberturas de chocolate. Yolanda, en cambio, ya se había comido el helado con la mente y elucubraba maneras de encararme. Me di cuenta de que la luna era creciente, y de que había unas cuantas vidas totalmente desconocidas para mi, incluso las que me pertenecían de alguna forma, incluso algunas versiones de mi mismo que no pudieron ser.

martes, 4 de mayo de 2010

La solución total (o la custodia compartida del gato)

Yolanda era un encanto de tía, pero además era una mujer extraordinaria. Mientras me daba cuenta de eso, del tiempo que había perdido, de lo que me había costado todo, ví como Billy (mi gato de 5 semanas) se sentaba con la cola recogida hacia el costado por primera vez, al tiempo que ante un estímulo respondía con un movimiento rectilíneo uniforme; veloz para su tamaño. En definitiva, su pequeño cuerpecito se estaba transformando en lo que uno conoce como gato, un verdadero gato.
Me quedaba claro que si no conociera para nada a Yolanda, si sucediera por ejemplo un encuentro fortuito en plena calle, seguido de un par de intercambios visuales en los que nos reconociéramos como simples desafortunados, me enamoraría de ella en un par de semanas.  Pensaba en eso como una imagen de ensueño, quizá un contraluz anaranjado, de flores secas de un día de la madre, que se reflejaban en el vidrio de un portarretrato que contenía mi foto.
Metí la mano hambriento en una industrial bolsa de brotes verdes intentando saciar de mala manera la injusticia de un día agotador, pero en realidad, lo que necesitaba era volver a escribir. Fue en ese instante, cuando me metía sin condimento alguno los brotes verdes directamente en la boca, que Billy se despertó. Era la una y media de la madrugada cuando se deperezó y salió de su cueva -una almohada vieja que fue lo primero que se apropió y a la que ya le había dado un poco de forma hundiéndola con su cuerpecito.
La solución de Billy era inigualable: nacer como sea, de a poco transformarse en lo que realmente debía ser y además, darle algo de su forma a lo que tenía a su alcance. Era cuestión de llegar a un acuerdo. Es decir, yo formaba parte activa de la rápida transformación de Billy en gato, mientras que él me ayudaría a mi a darme cuenta lentamente de todo lo que bebía, desde ahora mismo hasta el fin de mi existencia. Era como una custodia compartida.

viernes, 26 de marzo de 2010

Conversaciones con el Gaita (IV)


-Vaya, increíble. Acabas de acusarme de ser un conformista de los hechos. Los hechos son para aceptarlos. Al menos habiendo sucedido es lo mejor que se puede hacer.
-Por supuesto.
-...
-Y luego hay un detalle: los hechos están para analizarse, darles mejor forma, cambiarlos, hacerlos suceder...
-¿Cómo haces que suceda algo?
-Pensándolo. Suceda o no de verdad después. Pensándolo ya ha sucedido algo.
-Eres un simplista, Juan; o un filósofo barato, lo que prefieras. Y no te ofendas pero me da una sensación fea contigo.
-Decilo, dale...
-Me da que estas camino de ser... un extremista, un absoluto.
-¿Absolutamente barato querés decir? Te fuiste al carajo, Gaita. Pero está bien; de cualquier forma lo único que nos separa es un café y cincuenta centímetros. Aunque te esfuerces, no hay más.
-Como mínimo eres un simplista. Ya no eres tan jóven como para creer que el mundo esta en tus manos.
-Yo no insinué eso. Decime ¿vos crees que en toda tu vida no hay nada que haya sucedido por tu culpa, sólamente por tu culpa? ¿No has provocado nada?
-Un par de cosas, supongo... Espero...
-Un par, si... ¿No hay nada que quisieras que suceda porque vos lo hayas hecho?
-Otro par... No sé Juan, termina de una vez. 

El Gaita, sin ni siquiera mirar a Juan, harto, se vuelve a la camarera: -¿Otro café por favor?
Juan, como imitándolo: -`Otro café´ boludo, `otro café... Ya van dos pares de cosas, Gaita. ¿Viste, eh?... Dos pares van.


(Foto: Nico) El Gaita, harto. Ya sabés, quizá te interese Conversaciones con el Gaita (I), el (II), el (III). O puedes esperar a que se me ocurra algo mejor.

jueves, 18 de marzo de 2010

Culpable


Cuando sea grande quiero ser como Touré Yay(Sokoura Bouake), por el apellido nada más, por dificultarme un poco. Pero si me torno imposible, les pido disculpas de antemano, es sólo un antojo que vislumbro para mi vejéz. En realidad lo único importante en la vida es no poder echarle la culpa a nadie de nuestras decisiones, mucho menos de nuestro destino; todo lo demás, en el fondo es poca cosa.

Al hilo de esto, pensaba qué pasaría si la culpa de todo fuera de los otros, que significado tendríamos.  Que triste sería no tener la culpa de nada, ni siquiera de habernos equivocado; ser, de una vez por todas y como se debe, culpables. Aunque algo menos grave, pero quizá un tanto peor, es no haber tenido la culpa de los éxitos. "Dicen que me caso", decía mi padre que decía un amigo suyo en el Buenos Aires de los años 50. Lo decía en serio, era una voz que corría por el barrio. Se decía; mientras él no estaba muy al tanto del tema. Y se casó.

Qué pasaría si Messi hiciera goles porque se lo hubieran sugerido, un altavoz en el estadio, que en medio de la jugada maestra dijera "¡ahora Lionel, ahora!". O, si Rajoy dijera lo que dice sin convencimiento propio, sino por seguirle el paso a Esperanza; pero sin ninguna esperanza. Después me vinieron a la cabeza infinidad de personajes, países, vidas y dialécticas. Y por un momento pensé que no era culpable de nada. Pero igual me puse a escribir.

domingo, 28 de febrero de 2010

Pan con manteca y el hielo de Vancouver


A las dos y cuarto llamó Edmond y en media hora estabamos comiendo en el Irlandés. Yo venía de una semana horribilis, asi que el llamado de Edmond fue un bálsamo, y siendo ya viernes por la tarde,  me preparaba para irme a cualquier lado y el Irlandés podía ser todos.
-¿Cuánto hace que vos y yo no comemos acá, che?
-Jo, tío ¿Tú y yo?... ¿aquí?... mogollón. Es increíble... este lugar, es...
-¡Qué bárbaro! La última fue aquella vez...
-Si, tú te estabas yendo, creo...
-No, era un fin de año en esa mesa, ahí...
-Si, ahí; sí...
Hacía un par de meses que no sabíamos nada el uno del otro y había que ponerse al tanto. Me preguntó por el Gaita, pero no me animé a decirle mucho más. Lo importante era el reencuentro y que estábamos sentados allí . Cuando ibamos a pedir la comida se nos acercó Jessi, con su inefable look andino. Había vuelto a trabajar al Irlandés, como Marlene, aquella noche de perros.
-¡Hoooola! -me reconoció.
-¿Pero entonces? ¿vos también volviste?

Edmond miraba el menú y yo a Jessi. En líneas generales la grasa se nos acumulaba bien, la frente seguía alta y la familia crecía; sobre todo la de Edmond, que se acababa de mudar de casa y que con el carné de CC.OO. en la mano se quejaba de la tentación de comprarse un coche pijo. Después me determinó su particular línea con la que separa alguna gente desagradable de su entorno. Yo le aseguré que lo pasaba bien con y sin carné, que me habían dado mas responsabilidad con un aumento de mierda y que el flujo de información era tal desastre que temía que empezara a influír en mi humor. Tanto, que me había pasado una noche en vela viendo cómo Min Jung Kwak,  una coreana de 16 años, se deslizaba sobre el hielo en Vancouver; se elevaba, daba vueltas como un molinete y descendía como una seda un poco más allá sobre el mismo hielo. Y no se equivocaba nunca... nunca. Y ahí estabamos, Edmond y yo, comiendo y dando vueltas sobre lo recurrente: la economía, las mujeres, la escasez, la abundancia, el peligro y el sueño... En fin, reconfirmando nuestra edad y la monumental pereza que da el mundo. Quizá nos faltaba convencernos de que sobre la vida hay que patinar -preferentemente como Kwak- y si uno se equivoca en el fondo no pasa nada.

-Me acuerdo siempre de tí, dijo Jessi
-¡No hagas eso!, le repliqué.
-Sí, porque por la mañana pedías la tostada con mantequilla como "pan con manteca", siempre me acuerdo.
- ...
Le iba a decir algo, tipo: Jessi, ¿vos sabés lo que estas diciendo? ¿sos consciente de tu forma de recordarme?. Pero no le dije nada y fuimos cerrando la charla con Edmond.
Cómo se le ocurre; recordar mi pan con manteca... Hay que ver...

(Foto: zimbio.com)  Min Jung Kwak patinando sobre el hielo de Vancouver

sábado, 20 de febrero de 2010

Llamamiento popular

Desde esta, mi página virtual, hago un llamamiento popular para que se sumen a mi idea de lanzar al mercado una nueva entidad financiera. Disculpen que vuelva con esto, pero es que no puedo y además ya saben, es una idea que me ronda en la cabeza desde hace años.
Para los interesados, paso a detallarles. Muy por encima, esquemáticamente, sería un banco manejado por todos nosotros; tipo cooperativa, en plan: vos atendés a los clientes, tu con un ordenador mandas los resúmenes, yo limpio los baños, el controla papelitos, ella hace los llamados telefónicos y un pibe trae el café. Más una línea telefónica con grabación automática (y el que conteste el llamado de un cliente le corto los dedos ¿está claro?) Algo así, sencillito. No se necesita demasiada pasta porque de a poco la ponen los clientes; asi que está chupado.
De hecho, tengo claro hasta el nombre de le entidad: Toma. Corto, claro, directo. Sería un pelotazo. Y la idea es clara por que por un lado los bancos te la dan y por el otro, también. De ahí saldría el slogan publicitario: "¿La quieres?... ¡Toma!".
Además -y siempre con la idea fija- cada vez que he ido al supermercado durante estos últimos años me he tomado el trabajo de coger la caja más grande que encontraba por ahí y así la última que tengo en casa es una lo suficientemente grande, de cartón corrugado, sin golpes, donde creo que los primeros dinerillos que nos confíen se pueden guardar bien y con una seguridad aceptable.
Por otro lado creo que es ahora o nunca muchachos; salvo que se den cuenta de lo que pasa, de cómo es la cosa... pero no creo. Estaba escuchando la radio en mi coche nuevo (lo compré cash, sin pedirle nada a ningún banco) y leía el periódico y está claro que nosotros no perdemos nunca. Pero nunca, nunca de los jamases. Quiero decir, esto no sería una inversión de riesgo. Dicen que nosotros aportamos capital de riesgo pero eso es una falacia, nosotros vamos en bote. Para ser bien claro, a ver si se animan: cuando el mercado nos levanta el dedo, nosotros ganamos y cuando el mercado nos baja el dedo... no sé cómo es, pero también ganamos.
Además la justicia y el gobierno están de nuestro lado y tenemos vía libre para la letra pequeña -ustedes me entienden-. Nadie puede tocarnos porque somos nosotros quienes les damos de comer. Con lo cual en cuanto nos tocan esa famosa letra pequeña, en cuanto insinúen que lo nuestro también debe arriesgarse a las temibles leyes del mercado, nosotros nos retiramos del mercado. Y si nosotros nos retiramos del mercado se acaba la fiesta. Y nadie quiere que se acabe la fiesta ¿verdad?.
Pues yo tampoco. Asi que venga ¿quién se apunta?

viernes, 5 de febrero de 2010

Autor desconocido

De vez en cuando Noe se sienta frente a mi sitio y mientras yo le quito años a alguna mujer innecesaria ella le saca o le pone letras a un texto que podría perfectamente no haberse escrito nunca, e insiste en que yo escribo bien.
Mare me presta su coche cuando se hace tarde y almorzando conmigo teme que por mis mayores obligaciones actuales vaya dejando este lado del planeta.
Yolanda se persigna con café y a veces con alguna ocurrencia mía; cambia el gesto y la postura, tropieza, se vence. Y cuando le pregunto por qué, dice que no lo sabe.
Le digo que eso es imposible, a las tres se lo digo, que sólo soy un aficionado, a lo que sea y al mundo entero, y que no conozco otro planeta que el del agua transparente. Y ahí sí que se lo ve todo.
Asi que -es verdad- es probable que no pueda escribir tan seguido ahora pero antes de morir de sed les prometí que me bebería la tinta de alguna lapicera repetida, esa que ayer sacudí para dejar un mensaje claro:  no sé de qué están hablando.

(Foto: Mahnicus) La imagen es totalmente espontánea y el autor también un aficionado.

sábado, 23 de enero de 2010

Breve historia del tiempo



Se notaba que era Italia porque la historia se te venía encima caminando. Lo que no estaba previsto era tocar la historia y que ella misma me reclamara como suya y me invitara a tomar café.
Habíamos llegado allí vía Milán, en unas mini vacaciones de seis días, pero de esas que forzando kilómetros, horas y rincones, te trasladan en el tiempo y terminan pareciendo eternas.
Una tarde me decidí a visitar Varazze -la ciudad donde hace 88 años nació mi padre- y estaba dispuesto a hacer lo que sea hasta dar con algún "Carletti" (en este caso,  permítanse las comillas). Todo empezó bien porque al llegar a la ciudad el GPS del coche situó perfectamente la calle Cerruti, allí donde mi padre me dijo que había vivido unos pocos meses antes de tomarse un barco hacia la Argentina y modificar la historia que ahora yo pretendía encontrar.  La calle era corta y las perspectivas buenas, pero llegué sin contacto previo, así que empecé a tocar timbres al azar y a preguntar a los ciudadanos de a pie en un débil italiano: "Disculpe, estoy buscando a algún Carletti. Mi padre me dijo que vivían en esta calle, ¿conoce a alguno?"


Todo apuntaba a resolver un enorme enroque del tiempo, confundido de lugares, perezoso de alinearse otra vez con la historia que, en ese mismo instante, pretendía agregar una fotografía pasajera a la postura firme de mi nono Antonio. Fueron sólo un par de consultas: "Siga unos pasos hacia allá, ahí, en esa casa naranja viven los Carletti".
En el listín de portales de la entrada estaba escrito mi apellido, "Carletti". Sentí cómo la historia me miraba a la cara, coincidía con ella -el país, la ciudad, la calle y el nombre- aunque aún me preguntaba si de verdad algo de eso sería mio y si sabría bien quién era yo. De todas formas, aunque desconociera el tiempo, le diría que yo conocía algunas versiones del lugar; o viceversa.

Entré a la casa naranja. Lo primero que atiné a hacer fué sacar de mi bolsillo el papel doblado para mostrarle a Guido Carletti el árbol genealógico que me había hecho mi padre. Fue ahí cuando se produjo el contacto directo con la historia; mientras ambos, así, sin más, descubríamos quiénes éramos. Se determinó sin lugar a dudas que nuestros abuelos eran hermanos, nuestros padres primos, y Guido y yo, primos segundos. ¡Avanti!

De inmediato, sentado, fui invitado a un café y a ver una infinidad de fotos que tenían el mismo color que el café. Pero la más impresionante fue la primera: mi abuelo, mi abuela y mi padre bambino de cuatro años, una foto de 1926. Esa foto yo la identificaba solamente en Buenos Aires; esta era una copia que había sido enviada hace más de 80 años de vuelta al origen, para que la famiglia supiera de las andanzas de aquel hermano por tierras sudamericanas y viera cómo crecía el bambino.
¿Qué hacía eso allí si era mio? ¿Cómo podía yo desonocer eso? Quizá uno estaba volviendo al origen. Pero cuando me pregunté (muy confundido) a cuál de todos supe que era al original, al del origen de verdad.  Un recuerdo mío dormía allí, cobijado por mi desconocimiento. Estaba viendo una parte de la historia del tiempo.

(Fotos: Nico) El centro de Varazze a escasos 400 metros de la casa naranja. Foto vieja: Antonio Carletti, Catalina V. y el bambino, Guisseppe Carletti, mi padre. La calle Cerruti y un costado de la casa naranja.
El título "Breve historia del tiempo" está inspirado en la obra del mismo nombre del científico Stephen Hawking.

miércoles, 20 de enero de 2010

Conversaciones con el Gaita (III)


-¿Y ahora qué?
-Mmmm... ´ perá -se limpia con una servilleta- ¿Sabés qué? Estaba pensando... Stephen Hawking, cuando comenta sobre los principios de la física cuántica di...
-¡Para! ¡Para por Dios...! Voy a llamar a la camarera ya mismo...
-¡No, no, en serio, escuchá!.. Hawking dice de que toda materia tiene su anti-materia ¿entendés? Como si fuera el principio de acción y reacción de la física tradicional, algo así. Nada existe sin otra cosa que lo compense. Cada cosa es porque existe su contrario en algún lugar del universo. Estoy hablando de Hawking, ¿eh? esto no es una estupidez.
- Tienes una capacidad para enredar las cosas... eres increíble. ¿A dónde vas, a ver...?
-No habría por qué calificar a Yolanda de chica-revés. Simplemente podríamos estar ante la anti-chica.
-¿Pero eso no sería un hombre?
-No. Eso sería el opuesto, lo contrario. Esto sería lo anti, o sea lo que es, pero al revés. ¿Entendés?
-No. Pero tus enredos parecen tener cierta lógica. Digamos que la anti-chica no sería una tía sin tetas, sino una con muy buenas curvas pero al revés.
-Exacto. No me digas que Yolanda no tiene curvas.
-Si, y te aseguro que no le veo nada raro. Del derecho o del revés está como un tren. Mira ¿sabes qué? estas chalado Juan, de verdad.
- ¡Eeeh!
-Oye, no, si, si... Dime una cosa. ¿Todo esto lo dices en serio? ¿o es nada más porque estas frente a mi, porque yo te conozco y no te encerraría en un manicomio; porque te abusas del tiempo que hace que te conozco y del aprecio que te tengo?
-Yo no tengo dudas de que el desconocimiento produce cosas terribles. El odio por ejemplo. Pero vos ya me conociste, y ahora no tenés argumentos para condenarme.
-Podría tenerlos. Créeme que yo no soy tú, y administro mi tiempo, mis neuronas, sobre todo mi paciencia. Abofeteo a la gente, de vez en cuando... ten cuidado.
-Gaita, hablo con vos porque me conocés. Sabés que no me gustan los calificativos. Mucho menos la obsecuencia. Simplemente estoy pensando y tratando de encontrar alguna lógica a una chica que tendrá curvas, pero no sentido. Vos lo sabés muy bien, la conocés.
-¿Ves? yo no me animaría a decir que la conozco. Y además, creo que no la conoces ni tú.
-Yo veo a la gente de forma distinta que vos. Descubro otras cosas. Además, acabas de decir que algo de lo que digo tiene lógica. Lo que pasa es que no tenés ganas de pensar, te conformás con poco. Con los hechos.

(Foto: Nico) Juan y Yolanda una noche en Madrid en otro momento de sus vidas.
Quizá te interese Conversaciones con el Gaita (I), o quizá Conversaciones con el Gaita (II), o los dos. Pero muy probablemente, no te interese ninguno.

viernes, 1 de enero de 2010

Antes y después de las doce en punto



Yo limpiaba unas alcachofas sobre la madera, les quitaba las puntas, las preparaba para hervir. Había llegado un regalo frágil desde Noruega, Julia viajaba en tren hacia Vigo y supe que Yolanda se disponía a hacer unas galletas.
Había unas hierbas recién tomadas sobre la mesada de la cocina, un bote de vidrio con tomates secos, una luz residual. Quizá Yolanda colocaría las galletas sobre una fuente previamente harinada -el horno, pensé, ya estaría caliente desde antes- mientras yo seguía quitando pellejos a mis alcachofas y el tren, entretanto, habría avanzado unos kilómetros más.
Traje a la mesada voces de abuelas, un puñado de plumas de gallina y algún pueblo inhabitado, provisto sólo de restos de amores verdaderos que no llegaron a nada. Imaginé las manos de Yolanda empastadas, dulces, tratando de dar forma a esas galletas.
Pero en realidad, nadie sabía qué hacía el otro, dónde estaba exactamente, ni cuánto disfrutaba o sufría. Cada uno tendría cosas distintas sobre la mesa, ventanales con o sin velocidad y no habría forma de razonar muy bien la diferencia entre las ocho y cuarto y las doce en punto.
Sin embargo el momento era ese y el tiempo pasaba, porque noté que el agua empezaba a hervir. Fué ahí cuando me pregunté ¿de dónde sale el tiempo que se tomará el tiempo para cocinar todo esto? Y lo que es más importante, cómo sabrá todo esto después; mucho después de las doce en punto.

(Fotos: Nico) Algunas imágenes de mi cocina, un par de horas antes de 2010