sábado, 23 de enero de 2010

Breve historia del tiempo



Se notaba que era Italia porque la historia se te venía encima caminando. Lo que no estaba previsto era tocar la historia y que ella misma me reclamara como suya y me invitara a tomar café.
Habíamos llegado allí vía Milán, en unas mini vacaciones de seis días, pero de esas que forzando kilómetros, horas y rincones, te trasladan en el tiempo y terminan pareciendo eternas.
Una tarde me decidí a visitar Varazze -la ciudad donde hace 88 años nació mi padre- y estaba dispuesto a hacer lo que sea hasta dar con algún "Carletti" (en este caso,  permítanse las comillas). Todo empezó bien porque al llegar a la ciudad el GPS del coche situó perfectamente la calle Cerruti, allí donde mi padre me dijo que había vivido unos pocos meses antes de tomarse un barco hacia la Argentina y modificar la historia que ahora yo pretendía encontrar.  La calle era corta y las perspectivas buenas, pero llegué sin contacto previo, así que empecé a tocar timbres al azar y a preguntar a los ciudadanos de a pie en un débil italiano: "Disculpe, estoy buscando a algún Carletti. Mi padre me dijo que vivían en esta calle, ¿conoce a alguno?"


Todo apuntaba a resolver un enorme enroque del tiempo, confundido de lugares, perezoso de alinearse otra vez con la historia que, en ese mismo instante, pretendía agregar una fotografía pasajera a la postura firme de mi nono Antonio. Fueron sólo un par de consultas: "Siga unos pasos hacia allá, ahí, en esa casa naranja viven los Carletti".
En el listín de portales de la entrada estaba escrito mi apellido, "Carletti". Sentí cómo la historia me miraba a la cara, coincidía con ella -el país, la ciudad, la calle y el nombre- aunque aún me preguntaba si de verdad algo de eso sería mio y si sabría bien quién era yo. De todas formas, aunque desconociera el tiempo, le diría que yo conocía algunas versiones del lugar; o viceversa.

Entré a la casa naranja. Lo primero que atiné a hacer fué sacar de mi bolsillo el papel doblado para mostrarle a Guido Carletti el árbol genealógico que me había hecho mi padre. Fue ahí cuando se produjo el contacto directo con la historia; mientras ambos, así, sin más, descubríamos quiénes éramos. Se determinó sin lugar a dudas que nuestros abuelos eran hermanos, nuestros padres primos, y Guido y yo, primos segundos. ¡Avanti!

De inmediato, sentado, fui invitado a un café y a ver una infinidad de fotos que tenían el mismo color que el café. Pero la más impresionante fue la primera: mi abuelo, mi abuela y mi padre bambino de cuatro años, una foto de 1926. Esa foto yo la identificaba solamente en Buenos Aires; esta era una copia que había sido enviada hace más de 80 años de vuelta al origen, para que la famiglia supiera de las andanzas de aquel hermano por tierras sudamericanas y viera cómo crecía el bambino.
¿Qué hacía eso allí si era mio? ¿Cómo podía yo desonocer eso? Quizá uno estaba volviendo al origen. Pero cuando me pregunté (muy confundido) a cuál de todos supe que era al original, al del origen de verdad.  Un recuerdo mío dormía allí, cobijado por mi desconocimiento. Estaba viendo una parte de la historia del tiempo.

(Fotos: Nico) El centro de Varazze a escasos 400 metros de la casa naranja. Foto vieja: Antonio Carletti, Catalina V. y el bambino, Guisseppe Carletti, mi padre. La calle Cerruti y un costado de la casa naranja.
El título "Breve historia del tiempo" está inspirado en la obra del mismo nombre del científico Stephen Hawking.

miércoles, 20 de enero de 2010

Conversaciones con el Gaita (III)


-¿Y ahora qué?
-Mmmm... ´ perá -se limpia con una servilleta- ¿Sabés qué? Estaba pensando... Stephen Hawking, cuando comenta sobre los principios de la física cuántica di...
-¡Para! ¡Para por Dios...! Voy a llamar a la camarera ya mismo...
-¡No, no, en serio, escuchá!.. Hawking dice de que toda materia tiene su anti-materia ¿entendés? Como si fuera el principio de acción y reacción de la física tradicional, algo así. Nada existe sin otra cosa que lo compense. Cada cosa es porque existe su contrario en algún lugar del universo. Estoy hablando de Hawking, ¿eh? esto no es una estupidez.
- Tienes una capacidad para enredar las cosas... eres increíble. ¿A dónde vas, a ver...?
-No habría por qué calificar a Yolanda de chica-revés. Simplemente podríamos estar ante la anti-chica.
-¿Pero eso no sería un hombre?
-No. Eso sería el opuesto, lo contrario. Esto sería lo anti, o sea lo que es, pero al revés. ¿Entendés?
-No. Pero tus enredos parecen tener cierta lógica. Digamos que la anti-chica no sería una tía sin tetas, sino una con muy buenas curvas pero al revés.
-Exacto. No me digas que Yolanda no tiene curvas.
-Si, y te aseguro que no le veo nada raro. Del derecho o del revés está como un tren. Mira ¿sabes qué? estas chalado Juan, de verdad.
- ¡Eeeh!
-Oye, no, si, si... Dime una cosa. ¿Todo esto lo dices en serio? ¿o es nada más porque estas frente a mi, porque yo te conozco y no te encerraría en un manicomio; porque te abusas del tiempo que hace que te conozco y del aprecio que te tengo?
-Yo no tengo dudas de que el desconocimiento produce cosas terribles. El odio por ejemplo. Pero vos ya me conociste, y ahora no tenés argumentos para condenarme.
-Podría tenerlos. Créeme que yo no soy tú, y administro mi tiempo, mis neuronas, sobre todo mi paciencia. Abofeteo a la gente, de vez en cuando... ten cuidado.
-Gaita, hablo con vos porque me conocés. Sabés que no me gustan los calificativos. Mucho menos la obsecuencia. Simplemente estoy pensando y tratando de encontrar alguna lógica a una chica que tendrá curvas, pero no sentido. Vos lo sabés muy bien, la conocés.
-¿Ves? yo no me animaría a decir que la conozco. Y además, creo que no la conoces ni tú.
-Yo veo a la gente de forma distinta que vos. Descubro otras cosas. Además, acabas de decir que algo de lo que digo tiene lógica. Lo que pasa es que no tenés ganas de pensar, te conformás con poco. Con los hechos.

(Foto: Nico) Juan y Yolanda una noche en Madrid en otro momento de sus vidas.
Quizá te interese Conversaciones con el Gaita (I), o quizá Conversaciones con el Gaita (II), o los dos. Pero muy probablemente, no te interese ninguno.

viernes, 1 de enero de 2010

Antes y después de las doce en punto



Yo limpiaba unas alcachofas sobre la madera, les quitaba las puntas, las preparaba para hervir. Había llegado un regalo frágil desde Noruega, Julia viajaba en tren hacia Vigo y supe que Yolanda se disponía a hacer unas galletas.
Había unas hierbas recién tomadas sobre la mesada de la cocina, un bote de vidrio con tomates secos, una luz residual. Quizá Yolanda colocaría las galletas sobre una fuente previamente harinada -el horno, pensé, ya estaría caliente desde antes- mientras yo seguía quitando pellejos a mis alcachofas y el tren, entretanto, habría avanzado unos kilómetros más.
Traje a la mesada voces de abuelas, un puñado de plumas de gallina y algún pueblo inhabitado, provisto sólo de restos de amores verdaderos que no llegaron a nada. Imaginé las manos de Yolanda empastadas, dulces, tratando de dar forma a esas galletas.
Pero en realidad, nadie sabía qué hacía el otro, dónde estaba exactamente, ni cuánto disfrutaba o sufría. Cada uno tendría cosas distintas sobre la mesa, ventanales con o sin velocidad y no habría forma de razonar muy bien la diferencia entre las ocho y cuarto y las doce en punto.
Sin embargo el momento era ese y el tiempo pasaba, porque noté que el agua empezaba a hervir. Fué ahí cuando me pregunté ¿de dónde sale el tiempo que se tomará el tiempo para cocinar todo esto? Y lo que es más importante, cómo sabrá todo esto después; mucho después de las doce en punto.

(Fotos: Nico) Algunas imágenes de mi cocina, un par de horas antes de 2010