domingo, 29 de junio de 2008

Lejos en Berlín (III)


"El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos". Los berlineses entendieron que Miguel de Cervantes no era ningún idiota y asi se lo hacen saber a todo el mundo colocando esta frase del escritor en prolijas bases de acrílico incrustadas en el asfalto de la Friedstraße.

Domingo por la tarde. Paseo por la 17 de Junio hasta el Siegessäule y me interno en el parque. La siesta que acabo de echarme tirado en el Tiegarten no tiene nombre. Creo que soñe con una grúa inmensa. El gancho de la punta me bajaba a velocidad sideral desde la estratósfera y me depositaba en Berlín. Uno no nace de estar muerto, sino vivo, despues de cuarenta semanas en gestación. Esto era lo mismo, salvo que en lugar de cuarenta semanas eran cuarenta años.
Atravieso un sector del parque muy bien sembrado de verde cesped y de tíos totalmente en pelotas, al sol y sobre el verde. Nadie los mira, ¿para que? Mucha gente en bicicleta, viejos caminando. Un grupo de adultos jovenes hace picnic. Dos perros grandes color canela acompañan a los del picnic haciendo lo mismo que yo: tirarse en el cesped a dormir un rato al sol sin que nadie les moleste. Uno de los perros soñaba lo mismo que yo, pero bajando agarrado a un hueso de osobuco.

Frapuccino caramel en el Starbucks de la sofisticada Kurfürstendamm. Un solazo que parte al medio la crema que lo recubre y de paso, tambien mi cabeza. Gafas negras, camiseta blanca. A unos pocos metros, señalo el Alt Berliner Biersalon. Biersalon... me suena. Entro, lo declaro habitable y tres horas antes tomo posiciones para ver lo que luego sería una fiesta inolvidable. Un alemán, su hijo y su bandera contactan conmigo y les hago un lugar a mi derecha (tengo que escribirle a Sönke, fue muy amable, se esforzó por entender mi ingles y quiere información para viajar a Buenos Aires). Cuatro jovencitas presionan desde babor y a cambio de que rellenen mi vaso (tenían una jarra de cerveza) logran algunos centímetros de mi territorio izquierdo. Un chaval quiere brindar conmigo, pero no quiero engañarlo, le retiro el vaso y le aclaro "I am the enemy". Le sonrío por las dudas de que prefiera darme una hostia. Estoy rodeado de rubios, banderas, gorros, pinturas en la cara, gritos y cerveza. Yo no podre gritar. Sólo agachar la cabeza y morderme los labios en silencio. Lo que he hecho siempre.

Un rato más tarde España hace historia y humilla a Alemania ganándole 1 a 0 en la final de la Eurocopa. ¿Catástrofe? No. Fiesta. Los berlineses siguen con la cerveza, bailan arriba de las mesas, tiran petardos, gritan "Deuchland!" como si hubieran ganado. Una chica con acento alemán grita "Es-pa-ña-es-pa-ña!". "Es que yo viví un año en Andalucía", me dice. Afuera, los coches lo tienen complicadísimo. Dos columnas humanas con banderas españolas (conviviendo con algunas alemanas) hacen el túnel uno por uno a cada coche que pretende cruzar. Los frenan, los menean a más no poder, se les ponen en frente y despues de un rato, los dejan ir. Todo el mundo se ríe y festeja. Me transporto por un momento y pienso que cualquier argentino se hubiera hecho el Hara-kiri con el borde de una vereda rota. Es que esto es Berlín. La gente es tan libre que ha logrado ser civilizada. Me pregunto si esto tendrá algo que ver con aquello que dijo Cervantes.

(Foto: Nico) Me uno a los alemanes en la terraza del Alt Berliner Biersalon sobre la Kurfürstendamm, a las 12 de la noche, para festejar su derrota ante España. Mayor derrota, más ceveza. Para tomar más cerveza hay que aprender a convivir.

sábado, 28 de junio de 2008

Lejos en Berlín (II)


Entre Alexanderplatz y Brandenburgo se está montando una movida alucinante en plena mañana de sábado. Gente de todos lados, camiones enormes con gente bailando, desfile de gays, lesbianas y todo aquel que se sienta libre de interpretar y mostrar su cuerpo y su vestimenta como se le de la gana. Era por eso que por la Liebknecht Str. se veía caminar tanta gente y tan rara, como una prolija madre paseando con su obesa hija de trece años vestida de punky con toque erótico.
Doy un par de vueltas a la Alexanderplatz porque no quiero seguir sin ver de una vez el Weltzeituhr. No es muy impresionante, sólo me confirma que el tiempo no se detiene nunca jamás en ningún lugar del mundo.

Dos señoras de cincuenta y pico desayunan en la mesa de al lado. Se exaltan cuando ven pasar a cuatro muchachos con ajustadas camisetas blancas marcando sus cuerpos deportivos. Giran la cabeza y exhalan un gemido al límite de lo que se permiten para que no parezca directamente un orgasmo. Un padre pasea el carrito con su bebe mientras desde atrás le coloca el biberón en la boca. Dos chicas de veinte empinan una cerveza y luego se besan en la boca en un banco de este boulevard cubierto de tilos. Algunas jóvenes alemanas se tiñen de negro furioso. En todos lados la gente se empeña en ser lo que no es.

Dos tipos vestidos de ellos mismos, medio enmascarados, zapatos totalmente blancos con plataforma de quince centímetros, marcando su zona genital y el resto de su cuerpo con sólo un par de plumas. Posan espontáneamente para fotógrafos profesionales, aficionados y para mí. A unos metros, unas diez mujeres asiáticas con ropas de colores y kilos de maquillaje encima portan un cartel que dice "Thailand fantasi". Un niño se mete delante de unos travestis para que sus padres le fotografíen, y lo hacen. Compro una postal para enviársela a nadie, no tiene imagen. Dice con letras enormes: "Achtung, sie verlassen jetzt West-Berlin". Me gustó y estoy de acuerdo. Le recojo del suelo un gorro a un niño de cuatro años que pasea en bicicleta y se lo coloco en su cabecita rubia. El padre me dice danke schön y yo le he entendido. Descubro el Einstein, el cafe donde seguramente cenare esta noche, ese que Berlín tenía preparado para que lo haga mío.

A un paso de Brandenburgo, a escazos treinta metros de cruzar al oeste, se ha puesto a llover. No tengo paraguas. Tengo que correr. Decido volver por el boulevard, sólo para hacer lo único que quiero hacer ahora: mojarme un rato y entrar a este ciber-cafe a escribir.
Es que esto es Berlín, o una bofetada soberbia a los que alguna vez pensaron que se le puede decir a alguien lo que tiene que hacer.

(Foto: Nico) No hay forma de encontrar en este teclado alemán la "e" acentuada.

viernes, 27 de junio de 2008

La despedida


"Sabe amargo el licor de las cosas queridas,
se acabó lo mejor, quién nos quita esta herida.
Tú me pierdes a mi, yo te doy por perdida,
es la hora de huir, la despedida.
Tengo que correr, tienes que correr
a toda velocidad, a toda velocidad."

Letra: Fito Paez. Pero hoy podría firmarla yo.
Foto: imposible saberlo. Viernes 27, 02:30 am.
Amigos y despedida en algún lugar de Madrid.

miércoles, 18 de junio de 2008

Lejos en Berlín


Es como si tuviera la etiqueta adhesiva ya en la maleta. Esoty más allá que aca. Aterrizando en el Flughafen Tegel un viernes, tipo 10.30 de la noche. Si, un viernes va a ser. Voy a pedir un taxi en inglés, "¡Taxi!", como en las películas, solo, maleta en mano. El primer café agradable que encuentre será mío para siempre. Chucrut con salchichas. Mirarme en la gente y en el lugar desconocidos, y un Der Spiegel que habrá por ahí. Noticias terribles: no volveré al mismo lugar. Con cada sorbo, un párrafo y cada cigarrillo, cara de precupación o de encanto.

"Siempre así, lejos en Berlín,
lejos de todo y hasta lejos de mi,
cuando no estás, cuando no estás, cuando no estás.
No más, por hoy. De verdad"

(Fito Paez)


(Imagen: Nico)

jueves, 12 de junio de 2008

El acuerdo macabro


Un avión se despedaza en el aire. Pero el nanosegundo de la catástrofe se elonga hasta el infinito. En la eterna caída viajan pasajeros y tripulantes, pero hay uno cualquiera que lo sabía todo. Mientras nos coloca la máscara también nos pone el paracaídas. Ruega tranquilidad y silencio, nos prepara en el aire para el cambio inevitable y habla claro. Ya estamos muertos, pero tocaremos tierra de un momento a otro. Al llegar a la superficie tendremos dos opciones: el que cuente la verdad estará muerto instantáneamente, el que la oculte y se las ingenie para cambiar su identidad y desconocer su pasado, seguirá adelante. Quizá la muerte no sea más que una escena simulada, un acuerdo macabro en el que sólo todo el mundo -salvo el inventor de la catástrofe y nosotros mismos- nos supone muertos.

sábado, 7 de junio de 2008

Cruzar sin cruzar


Una cosa es compartir una gran cordillera y otra una hermosa amistad. Está la opción de cruzar y verse, o tal vez escribir y conocerse. Ahí las cosas pueden mezclarse y suceder que a ambos lados de una hermosa cordillera surja una gran amistad.
Hay barreras que no logran frenar nada, divisiones que no saben qué dividen, o líneas hipotéticas que nunca dibujaron trazo. Lo que no existe no es lo que no se ve, sino lo que no se conoce, aunque exista. Después de conocer algo, por más que no se vea nunca, no habrá forma posible de hacer que deje de existir. No hay retorno, no se puede volver al desconocimiento. De nuestra cabeza no desaparece ni lo muerto, pero sí que puede existir lo que nunca hemos visto. Después de conocer, uno podrá cruzar sin cruzar, viajar sin moverse. Conocer, sin verse.

(Foto:Nico) Cruzando la cordillera de los Andes en dirección a Santiago de Chile. Abril de 2001.

viernes, 6 de junio de 2008

Nunca me oíste



Cuando conduzco, no bebo. Pero toco la batería, la guitarra y sobre todo el piano. Es probable que alguna chica detenida a mi lado en un semáforo, a la que miré por error, me haya visto mover ágilmente los dedos de mi mano derecha por sobre las terminaciones oscuras de los velocímetros de mi coche. Haciendo escalas, transportando el pulgar después del mayor. La Guardia Civil nunca me vio. Se lo pierde, no sabe lo peligroso que es, quitar el pié del acelerador para hacer el bombo sincopado ahí abajo. Por momentos redoblar y darle al Hi-hat con dos manos... Es peor que soplar un 0,8.

Nadie me ha oído, nunca. No tienen ni idea de lo que suena en el interior, de mi coche. No saben que por las mañanas yo jamás sufro un atasco, casi los busco.
"Vos nunca me oíste en tiempo..." Piano Fender Rhodes, tecla natural, mecanismo de percusión, sonido original similar a un xilófono; igual a aquel que tenía conmigo en el dormitorio.
"... Nunca me oíste en tiempo...", un tono más arriba y 300 metros más adelante, hay acordes que me erizan la piel. Batería recargada, alguna vez la vi en vivo en las plazas de una ciudad que da al río, en el mismo barrio del autor de la canción. Un túnel clarísimo, luces automáticas, sin psicodelia. La mirada al frente y la tensión dentro, sosteniendo el tono y la lágrima al borde. Freno, un tono más, "...siempre tuviste un poco de miedo...". M-11 y después salida Estación Hortaleza. Así me dijo un día Silvia que era lo mejor. Se lo pierden todos. Yo, no. Rotonda a la derecha y todo recto. Esta por llegar, no pares ahora, esto no puede terminar acá. Bien arriba, "...¡pero ahora estás a tiempo, oooooh!. Escucha".

(Foto: Nico) Conduciendo, un viernes por la mañana en una autopista de Madrid.

domingo, 1 de junio de 2008

Historias tontas que me harán invencible



Me pregunto qué hacen sobre mi escritorio el 75 por ciento de las cosas que estoy viendo en este momento. Pareciera que se acumulan con sigilo. Ni logran molestarme, ni entiendo cómo hacen ellas para soportarme, ni siquiera sé cómo llegaron ahí.
Una maraca diminuta que nos trajo una colega recién llegada de Cuba. La segunda maraca, porque la primera que me dio a mí personalmente como souvenir ya la uso de llavero.
Un libro, de las decenas que nos llegan, "Las virtudes del poliamor" -¿habrá querido decir poligamia y no se animó?- de un tal Thalmann (valga la cacofonía) en el que ojeando con ojos entrecerrados (¿o entreabiertos?) leí unas cosas terribles que nunca debí haber pensado yo anteriormente.
El The New York Times Magazine del 25 de mayo, con una tal (otra tal) Emily Gould en portada que aquí no la conoce nadie (le pregunté a 5 ilustres periodistas) pero creo que me va a dar mucho que hablar próximamente.
Una mini botella de Ballantines de 5cl que alguien habrá traído de un viaje en avión, o igual se la compró en una tienda, especialmente con la intención de dejar de beber, pero se ve que no lo soportó y me la dejó a mi, y salió corriendo a comprarse otra de 75 cl, como Dios manda. Ahora veo que está abierta y recuerdo que alguien le echó un poco a un bote de leche para sobrellevar una tarde (o una vida) complicada.
Un clásico pero insólito envase de 6 huevos blancos, pero conteniendo en su lugar 6 pelotas de golf, que en realidad son jabones, que en realidad... uff... quitando una de las bolas/jabones/huevos de golf, aparece debajo un papelito rojo que dice "¿te atreves a jugar?" Me pregunto a qué, y me dan ganas de ponerme a jugar a los huevos fritos en un campo con forma de sartén y ensuciarme, ensuciarme todo.
Un patito de madera laqueada. Este sí se de dónde viene, tiene historia. Nos lo robamos infantilmente (ya ni recuerdo quién) hace meses o años de un restaurante chino al que solíamos ir a comer en la pausa laboral. Dicho pato fué tontamente bautizado como El pato cantonés y soportó hasta una mudanza de la empresa. O el pato nos sigue o le tenemos cariño por algo.
Una muñeca Elastic Girl de goma. A esta también la conozco, me conoce. Se estira de verdad, me la regaló una colega que se estiró tanto, tanto que se fue a vivir a una isla, pero su imagen quedó aquí, frente a mi ordenador en forma de Superhéroe moderno.
Para terminar, otro libraco, creo que se lo olvidó Edmond. Tiene toda la pinta de ser absolutamente prescindible, pero tiene un título tan directo que me ha conmovido. Me ha inspirado tanto, que su contraportada es la foto de este post. Me dice tantas cosas sin leerlo y creo que muchos de vosotros deberíais leerlo y no confundirse nunca más. Quiero decir, creo que tengo dos opciones: es urgente que me dedique de lleno a ser un hombre normal, o si no, "Muy pronto seré invencible".