Yo vivo en un país multicolor, en un edén, rodeado de mujeres, donde gracias al último ajuste de plantilla he quedado atrapado como el único representante del género masculino. Trece mujeres, el periodismo y yo. Nunca me había pasado una cosa así ¡Hombre de Dios!
Por un lado ¿qué hombre no soñó (sueña) con estar rodeado de mujeres? por el otro, como un niño que crece, necesito un referente masculino al lado, alguien que grite un gol, que discuta de política, que diga tacos de vez en cuando y que no hable, sino que mire mujeres. El mandato divino parece ser algo así como te arrastrarás por una redacción y verás mujeres todos los días de tu vida. O la dieta de la manzana.
Así que me hice amigo del ciervo, él es el único referente que tengo de un ser vivo macho en un radio de cinco metros a la redonda. En el fondo es triste, porque ni siquiera es un ciervo sino una imagen de este. Todo lo demás es sexo femenino: las periodistas, la cafetera, la puerta, la ventana, las impresoras... El ordenador no me vale porque para mi es la computadora.
Sería triste hacerme amigo de el papel, el papel en blanco, aunque es el único que de verdad puede entenderme. No soy más que un siervo.
(Foto: Nico) A mis compañeras, con cariño.