martes, 8 de diciembre de 2009

Mi Cinema Paradiso



La semana pasada me dirigí al Punto Limpio de mi barrio a deshacerme de un viejo televisor. Al arrojarlo, me hice cargo de ese vacío que comprendió desde que mis manos lo soltaron definitivamente, hasta que el aparato se estrelló en pedazos un poco más abajo en el contenedor. En total, medio segundo aproximadamente. Algo así como un big crunch casero en el que se comprimían todas las imágenes que alguna vez se vieron en esa pantalla en el punto de mi retina.

También la semana pasada, hablando con mi padre por teléfono a Buenos Aires, me enteré de que se había incendiado el cine Bristol, o lo que es lo mismo, el cine de mi barrio, de todo un barrio, con el agravante de que está prácticamente frente a mi casa.
"¿Cómo es que se puede incendiar el teatro? ¡¿Cómo?!", repetía Cristina Bentivogli, dueña del cine-teatro, hija de Ido Bentivogli quien lo fundara en 1947. Algunas fotos del incendio mostraban el esqueleto quemado de las butacas y desde aquí, sin acomodador ni chocolates, me recordé sentado entre esos hierros.
Quizá el incendio del Bristol ocurría en el mismo instante en el que yo soltaba aquí el televisor, y así otras imágenes, aunque mucho más lentamente, se comprimían en polvo para siempre.
¿Cómo se puede incendiar la imagen de una imagen, el recuerdo de un recuerdo?

(Foto:Diario La Nación)

viernes, 4 de diciembre de 2009

Noche de perros



Entré y ví a ese hombre supuestamente inteligente en su tarea habitual: acechando corazones despoblados; trabajando, al fin y al cabo, un eslabón más de su prosecución de mujeres tristes, siempre a base de polvos robados, intrascendentes. Me senté, pedí un blanco Rueda y lamenté saber un poco quién era. Temi enormemente transformarme en eso.
Afuera hacía frío y la gente seguía llegando. Pasadas las doce de la noche entró una perra, blanca y marrón. No pidió ninguna copa. Sólo buscaba calor con sus ojos, porque se sentía sola, abandonada y perdida. Igual que ella, pensé.
La gente estaba un poco bebida pero la solidaridad con un alma en pena (aunque sea de perro) se mantenía intacta. Entre copas, cigarrillos y mimos de desconocidos, se sintió más segura que afuera. Igual que ella, pensé.
Media hora después, se reencontró milagrosamente con su dueño.

(Foto: Nico) Bar El Irlandés, viernes 0:30 am. Quizá te interesen otras historias en este lugar.