Ambas eran jóvenes. La pelirroja era muy fea, pero sentada al lado de la gorda, con algún esfuerzo y dependiendo del ángulo y del tipo de sonrisa, se la podía hacer merecedora de alguna mentira; sólo mientras se mantuviera sentada ahí. Así que entablé con la gorda. No, no es un error. Me atrajo esa normalidad extrema, su contraste severo con la belleza establecida, el descubierto.
El punto era la total ausencia de atractivo, la seguridad de que jamás podría gustarme. Era única, era justo lo que no quería: un sinsentido tan enorme que se volvía un opuesto razonable. La regla de desear lo que nunca podría ser nuestro encontraba en ella el fallo perfecto que hacía tiempo estaba buscando.
No haría falta pensar, ni elegir estratagemas; se la veía tan necesitada que no lo merecía. Haberla mirado lo consideraba un valor agregado en su vida, asi que no exigiría nada. Su vida comenzó a ser una desdicha desde el mismo momento en el que podía empezar a ser aprovechada.
Nunca nadie la había mirado así ni se le había acercado de tal modo. Esperé a que pensara que iba en serio. Pensé en la mayor humillación posible de la que fuera capaz, algo que no llegara a ser ni siquiera lo contrario de lo que ella esperaba, sino algo tan vago y grotesco que la destruyera.
Me acerqué a su cara a una distancia de unos desconcertantes quince centímetros:
-¿Te gusta el café... bombón?
Foto: Nico (Madrid. Un café bombón en Callao, miércoles 6 de mayo, 19:30 horas)