sábado, 30 de mayo de 2009

Entre el tango y el flamenco


Lo primero que sentí es necesidad de pedir perdón por haber dejado pasar tanto tiempo antes de ir a ver y oir un espectáculo de flamenco. Lo segundo, fué preguntarme qué habrá entre el tango y el flamenco, además de un océano. 
Estaba en eso, intentando mezclar Andalucía con el Río de la Plata, a ver qué salía cuando El Cigala se puso a cantar  El día que me quieras, como si hubiera adivinado mi duda, intuído mi sospecha. Tal vez queriendo responder que entre el tango y el flamenco no hay nada más que una guitarra, canto, pasión y sangre.

(Foto: Nico) Diego el Cigala y Tomatito. Viernes 29 de mayo en el Teatro Auditorio de San Lorenzo del Escorial. Suma Flamenca, del 7 de mayo al 20 de junio.

domingo, 17 de mayo de 2009

Pelos, mentiras y goma de mascar

Inventados el chicle y la estupidez, cabría preguntarse ¿para qué compiten los chicles, cuál es el objetivo? Dicho de otro modo: Yo voy normalmente al supermercado y compro huevos, sólo compro mayonesa cuando la publicidad me los rompió lo suficiente. 
Según parece, hemos decidido vivir de la mentira y lo innecesario. Un viaje en cohete que nos muestra en un nanosegundo las manzanas que crecen en un valle fértil; el politono regulable por presión, que se tira pedos a las tres y cuarto de la mañana; una infinidad, una sucesión de cosas de ese tipo. Está claro que sólo necesita ser vendido aquello que no es realmente necesario.
Hablando de huevos, recuerdo ahora dos casos que me rompieron bastante la cabeza. Este no es un tema nuevo, ya sé, simplemente quiero saber por qué decimos que la publicidad es engañosa cuando en realidad lo que sucede es que nos miente, y nada más.

Trident Senses parece ser el último lanzamiento de la conocida marca de chicles propiedad de Cadbury Adams, dirigido a masticar nuestra perspicacia. En el spot publicitario televisivo dice: "Nuevo Trident Senses..." y agrega, "votado producto del año por los consumidores". Me pregunto cómo hicieron para votarlo ya producto del año si acaba de salir al mercado; los habrán encerrado en una enorme burbuja de goma de mascar orbital (¿verde o rosa?) a masticar meses y meses... "¡Firme, diga que le gustan!" les habría dicho el gerente de producto. "¡Continúe!", y no dio lugar al angustiante pedido de pastillas contra del dolor del músculo masetero. Ni caso, había seguir, comparar elasticidad y goma hasta voltear a la competencia. 

Este otro caso no tiene nada que ver con el anterior y es peor, me toca ahí donde duele. Una página entera en un periódico gratuito decía hace un tiempo: "Tienes 7 días para detener la caída de tu cabello". Muchos días después, quizá la semana pasada, cogí en el metro un periódico gratuito que ocupaba el sitio en el que yo pretendía sentarme, uno de esos pocos sitios en los que nadie puede mentirme. Me encontré con el mismo anuncio insistiendo en que me quedaban 7 días (siete días...) para detener de una vez por todas mi humillante despoblación capilar. Y ahí sentado, me quedé masticando en silencio la cantidad de veces y de días y de noches, en relación a la cantidad de cabellos y de mentiras que caben ahí adentro.

lunes, 11 de mayo de 2009

En cualquier momento


Aunque aún hay margen y llevamos poco registro de lo dispuestos que estamos para ello, uno sabe que en el fondo se puede morir en cualquier momento.
Un envenenamiento con albahaca y nuez, un accidente en sidecar, un fallo cualquiera en el sistema no detectado a edad escolar, en fin; o bien el desgaste y las secuelas provocadas por los sucesivos desencuentros con el amor correspondido, etc, etc.
Pero la muerte -ese aspecto letal de la vida- cambiaría de registro, devendría en nocturno y frecuente, se reacomodaría en la consciencia entrada la vejez. Cuando ya recuperados de todo, mucho antes que la química, el azar o el amor, lo único que puede terminar con nosotros es el tiempo.

(Foto: Nico) sobre el fondo, el libro Las virtudes del poliamor y el The New York Times Magazine

jueves, 7 de mayo de 2009

Relato de un hombre desagradable



Ambas eran jóvenes. La pelirroja era muy fea, pero sentada al lado de la gorda, con algún esfuerzo y dependiendo del ángulo y del tipo de sonrisa, se la podía hacer merecedora de alguna mentira; sólo mientras se mantuviera sentada ahí. Así que entablé con la gorda. No, no es un error. Me atrajo esa normalidad extrema, su contraste severo con la belleza establecida, el descubierto.

El punto era la total ausencia de atractivo, la seguridad de que jamás podría gustarme. Era única, era justo lo que no quería: un sinsentido tan enorme que se volvía un opuesto razonable. La regla de desear lo que nunca podría ser nuestro encontraba en ella el fallo perfecto que hacía tiempo estaba buscando.
No haría falta pensar, ni elegir estratagemas; se la veía tan necesitada que no lo merecía. Haberla mirado lo consideraba un valor agregado en su vida, asi que no exigiría nada. Su vida comenzó a ser una desdicha desde el mismo momento en el que podía empezar a ser aprovechada. 

Nunca nadie la había mirado así ni se le había acercado de tal modo. Esperé a que pensara que iba en serio. Pensé en la mayor humillación posible de la que fuera capaz, algo que no llegara a ser ni siquiera lo contrario de lo que ella esperaba, sino algo tan vago y grotesco que la destruyera.
Me acerqué a su cara a una distancia de unos desconcertantes quince centímetros:
-¿Te gusta el café... bombón?

Foto: Nico (Madrid. Un café bombón en Callao, miércoles 6 de mayo, 19:30 horas)