viernes, 30 de septiembre de 2011

Confesiones de invierno

Si; quizás haya que convencerse de que la vida simplemente se tratará de esto. De que las cosas transcurrirán eternamente entre la discreción y el atrevimiento, entre unas simples columnas de texto o de cemento, entre viscerales confesiones y mesas de ping-pong.
Era algo mucho más profundo que el hundimiento de tus tacos en el césped. Yo te quería inculcar el hábito de mirar más allá, pero a la vez convencerte de que más allá no hay nada.
No teníamos nada a mano, sólo un par de copas, pero yo te hubiera dibujado una ecuación simple, que probablemente ninguno de los dos hubiera entendido y habríamos pasado a resolverla con ejemplos de películas de cine, o con el análisis del débil armado de los canapés, alguno de los cuales se caía y nos producía cierto desencanto. Desencanto que ambos resolvíamos muy bien. Vos, con algo de frustración aunque con esperanza, mientras que yo me aferraba hacía tiempo a la indiferencia y tendía a la insensibilidad. Nos unía la sonrisa y la indignación.
El caso eso es que con seguridad era una de las últimas tardes de verano y yo pensaba en el momento cuando te hayas ido. Tal vez vaya corriendo a regalarte mi olvido.

El título ´Confesiones de invierno´ se inspira en la tristísima canción del mismo nombre del grupo argentino de los años ´70, Sui-Generis

jueves, 1 de septiembre de 2011

Palpito del tiempo



Mientras viajábamos
se que pensamos juntos algunas situaciones delirantes.
Yo imaginaba gente en los coches de adelante,
veía dudas razonables entre las curvas
y el tiempo,
pensaba que esa vez hubiéramos tenido...
no lo sé, un buen argumento.

Pero en realidad,
¿cuándo fue que a vos te interesó mi despertar
y a mi tu sueño?
¿cuándo fue que a todas nuestras excusas
las dormimos de un momento?
¿Cómo hicimos para que un país irremediable
fuera causa de nuestra vejez,
y a la vez, un pensamiento.

(Foto: Nico)

sábado, 28 de mayo de 2011

Tiempos líquidos



Tal como me había pedido, le compré ¡Indignaos!, el libro de Stéphane Hessel y aunque me pareció un tanto preocupante que un hijo mío quisiera leer eso, no encontré forma de combatirle porque un par de años atrás yo me había tragado Tiempos líquidos de Zygmunt Bauman, que va más o menos en la misma línea salvo que mucho peor y descubres inmediatamente que si no te has suicidado en la página 2 es porque serás invencible toda tu vida. Eso, o que realmente crees que algún día pasará algo, algo de verdad en este mundo además de ser adicto a escuchar canciones deprimentes que gritas en el coche con cara de enfermo mental.
En cualquier caso la cosa era complicada porque algo había pasado un rato antes. Acababa de salir del curro con necesidad urgente de catarsis y entré al Lateral de Bernabeu. En cuanto me sirvieron la primera copa entré en Facebook y vi dos vídeos: uno en el que unos polis le daban de palos a gente que estaba pacíficamente sentada en la Plaça de Catalunya, y otro en el que se explica con sarcasmo cómo todo se fué al carajo. 
Mientras me húndía en la interminable tarta de limón (interminable porque creo que nunca he llegado a terminar una... no me es posible) me quedaba además del limón un sabor amargo y también un merengue dulce en la cabeza. Me pregunté cómo es posible que hoy en día, en una era en la que nadie se mancha las manos con ninguna idea, en la que ya no hay huevos para luchar cuerpo a cuerpo (guerras eran las de antes), cómo es posible que un señor empleado del Govern de la Generalitat le de un palazo a otro que está sentado en una plaza ¿cómo puede suceder eso hoy, aquí, ahora? No es posible. Quiero decir, algo más falla, además de las agencias de calificación de riesgo y el FMI, que dicen que todo está ok y 30 días después todo se va al carajo. Fallan más cosas, cosas importantes, cosas que están antes y por encima de la avaricia descontrolada.


(Foto: Nico) La señora que pide entre los coches de la calle Alberto Aguilera, hoy.

jueves, 5 de mayo de 2011

La erótica del lagrimal


Fue por eso que aquella vez nos recostamos en la camilla y santificamos el Ibuprofeno. Mi médica de cabecera es un encanto, un cielo por el que me enfermaría tres veces al día durante una semana; antes, durante y después de las comidas. ¿O será su dulzura la que me pone enfermo?
La cosa es que estaba otra vez frente a ella.
- ¿Qué le pasa?
- No sé -le dije- No sé...
Me colocó su mano por detrás del cuello, como en posición de morrearme, pero era para dejarme caer la cabeza y observarme con la linterna oftalmológica. Entonces, con un poco de vergüenza, cerré la boca y cumpliendo sus órdenes abrí bien grande los ojos.
Le conté que acababa de llegar de Cáceres y que me había pasado toda la tarde mirando por el objetivo, tratando de localizar rincones húmedos o secos en el pantano de Valdecañas. Le dije que quisá fuera eso, o la carta de la DGT, en la que me sugerían que hiciera un curso de sensibilización y reeducación vial.
No me hizo caso y siguió mirándome a los ojos, con la mala suerte de que yo tenía que obedecerle, mirando sucesivamente hacia arriba, hacia abajo, hacia arriba...
Me cansé. Coloqué mi mano sobre la de ella en mi cuello y le avisé que era la última vez que miraba hacia arriba. Justifiqué mi exabrupto con la excusa de que hacía una semana que padecía además una alergia galopante. Con mi ultimatum, logré que fuera ella la que me recomendara que entonces nos recostemos en la camilla, porque tenía que decirme algo importante.
Me susurró que lo de la DGT era una insensatez y que lo que tenía era muy contagioso. Tal vez por culpa de ellos, por tildarme de insensible y pretender rehabilitarme en las condiciones en las que me encontraba. Yo, le dije que como quiera, que su diagnóstico era brillante, pero que me diera algo, algo....
Abrió su boca, y juntos cantamos una oda a la conjuntivitis viral.

(Foto: Nico)  Parte de la solución

viernes, 15 de abril de 2011

Entre la caricia y el estrangulammiento


Me desperté en la profundidad de la noche, no podía sacarme ese título de la cabeza. Miré hacia el costado -el derecho, creo- y me dije: De cero a cien ¿qué probabilidades hay de que yo estrangule a mi chica o mi chica me estrangule a mi? No daba igual quién a quién porque el que muriera estrangulado debería ser aquel que tuviera razón, como siempre. En ese caso yo llevaba las de perder, pero ahora eso era un detalle menor.
Volví mi cabeza a su lugar de forma tal que quedé mirando hacia el techo. Mientras pensaba la respuesta me dí cuenta de que cuando giré la cabeza no había visto nada porque estaba completamente oscuro. Claro que yo sabía que ella estaba ahí. Estaba tan seguro que hasta me animé a tocarla con la punta de los pies; por suerte no se despertó.
Al cabo de unos cuantos segundos, quizá un minuto, determiné con claridad que la probabilidad de que yo estrangule a mi chica era de cero por ciento. Ahí se hizo una pausa porque determinar si ella podría alguna vez estrangularme me costó un poco más; pero más o menos la calculé en un 1,2 por ciento, una cifra muy cercana a la previsión de crecimiento económico español según el Banco Central si no recuerdo mal.
En realidad no estaba tan seguro y al rato volví a dudar un poco. Que si 1,2... 1,3. Me refiero a dudar de la probabilidad de ser estrangulado por mi propia mujer -las previsiones de crecimiento era seguro que no se cumplirían-
Dudaba, digo, principalmente porque empecé a hacer sumatorias de algunos cabreos monumentales, enormes cabreos, algunos de los cuales quedaron escritos hasta en las paredes. Básicamente, en cuanto a filosofía, podría resumirse en que dada una cita romántica por ejemplo, a mi me importa más la cena y a mi chica, que llegue a horario. En cualquier caso, como yo le digo siempre, no hace falta que nos pongamos de acuerdo para llegar al mismo lugar. Ella insiste, pero insiste porque no me entiende, o porque prefiere discutir mientras estamos hace ya algunos años parados en el mismo lugar, más allá de la forma en la que cada uno llegó ahí.
Aliviado por la probabilidad casi nula de ser asesinado por mi propia mujer me volví a dormir. Ella seguía ahí, a mi derecha. Ahora estaba seguro de eso porque por efecto del amanecer se empezaba a ver su silueta. Igualmente, volví a tocarla con la punta de mis pies.

(Foto: Nico) El techo, como a las 6:50 de la madrugada

jueves, 7 de abril de 2011

Yo creo que me quiere


Cómo se puede ser tan bestia; cómo puede haber en ser humano alguno una línea tan fina entre la caricia y el estrangulamiento. Cuáles serían las razones -salvando el significado de la propia palabra-  por las cuales, digamos por caso, una frecuente presentación de la cena fría en la mesa deriva antes en la idea del asesinato que en la idea de invitarla a cenar.

Según la crónica, en un barrio de Madrid, un joven de 21 años acababa de estrangular a su chica de 19, embarazada de cinco meses y, acto seguido, mostraba vía webcam el cadáver en directo a su familia residente en  Rumanía. Y la imagen del cadáver apareció en una pantalla en Rumanía, coronando -aparentemente- un acto de cachondeo o la tardía preocupación de un reverendo hijo de puta, que dominaba con soltura la banda ancha.
El periódico El Mundo intentaba ir más allá y en un enlace anexo se preguntaba en tono preventivo "¿Estás segura de que tu pareja te quiere?" .

Yo creo que sí, pero aún con dudas se me ocurren algunas alternativas al asesinato. Todas en mi contra: preparar una ensalada, tomar un café con leche... Se podría convivir con la duda del querer -la gente se pasa la vida averiguando cuánto, cómo y por qué se quiere con alguien-. Pero nunca podría convivirse con la duda de si me quiere matar o no. Porque eso sería la respuesta a la duda anterior.

(Foto: Reuters /via El Mundo) Un cadáver fruto de las disputas en Costa de Marfil

viernes, 25 de marzo de 2011

Textos modificados

Estaba releyendo algunos borradores que quedaron en el tintero, allá como por enero, y me arrepentía un poco de no haber publicado algunas cosas. Algunas de aquellas tonterías estaban bien, pero ahora ya no tenían sentido, o habían perdido el tiempo. Aunque lo peor era darme cuenta de que esto, o cualquier modificación posible, me gustaba menos que lo de antes. Cuanta más mano metía sucedía al revés: ganaba actualidad, pero perdía sentido, y ya no había remedio.

La cosa es que Yolanda entró por la puerta como a las ocho de la tarde, relajada pero mal, con el pelo revuelto, ofuscada con vaya a saber qué. No miró, ni saludó; siguió de largo por el pasillo y se metió en la ducha, o en algo que tenía que ver con el agua.
Yo tenía el ordenador sobre mis piernas, una copa de vino apoyada en la mesa del living y los pies sobre un almohadón marroquí. La tele estaba encendida pero por presumir, porque en realidad en casa no habìa nadie y yo andaba con esa actitud de aparentar, actitud que tomé mucho antes de que Yolanda entrara en escena.

Mientras escuchaba el agua volví a modificarlo todo. Me pregunté entonces para qué se fue, para qué vino, qué hace; cuánto de sus interrupciones se inmiscuiría en el texto. En definitiva, las cosas de siempre, un tema de entre casa, una recepción inesperada. Su música siempre fué de carácter incierto y los años en los que nos correspondimos fueron cuestionamientos monumentales.
El presente siempre nos resulto complicado, por eso le dije a Yolanda que a partir de ahora yo viviría sólo de los recuerdos y de las cosas que podían ser, incluso de aquellas que sabía perfectamente que no iban a ser nunca.
Como un buen texto, mal modificado, que se publicaría igual.