lunes, 27 de septiembre de 2010

El descuido insólito

En un descuido, mientras sacaba las prendas de la lavadora, Berto se metío dentro; asi que cuando fuí por la siguiente porción le cogí sin querer y al mirar qué cosa extraña había, vi a Berto, que ni se inmutaba. Como contrapartida, un par de días atrás, Billie se precipitó a tierra desde el primer piso y se dió una hostia monumental, colofón de días y días correteando al borde del precipicio.

Le contaba esto a Yolanda y a su vez le decía que la felicidad, cuando aparece, es demasiado fácil de asumir, sobre todo en comparación con la angustia, que más que aparecer o desaparecer sería el estado natural del hombre. Y así, se gasta una cantidad ingente de energía en obtener una felicidad efímera, cuando sería más productivo aprender a tolerar la angustia con valor, lo que nos haría casi tan felices como si fuéramos felices.

Una analogía del propio universo, en el que el estado natural de todo es el frío y la oscuridad, salvo por una fortuita cercanía o no a una estrella. Pero Yolanda no me entendía, y se llenaba la boca con café, y en un descuido insólito dijo que era feliz teniéndome a su lado, como si fuera un lugar dónde se podía ser feliz a pesar de todo.

(Foto: Nico) Berto

jueves, 9 de septiembre de 2010

Vencido el 1 de agosto


Entonces, cuando incliné el envase, cayeron algunos pedazos de banana grandes, de lo poco apetecible en comparación con esas fibras de mierda, y lo único que encontré para amalgamarlos fue un yogur vencido el 1 de agosto. Un momento después me di cuenta de que este hecho no tenía ninguna importancia.
Hacía unos días que se habían acabado las tardes de barquitos de colores y albariño fresco, de alguna manera había que pasar el trance y olvidar Galicia. Sentí que tenía que volver a poblar mi cabeza de cosas así, de detalles inconsistentes, y quizá al prestarles una atención desmedida podría entender el significado de algunas cosas realmente importantes: una ruta, un puerto, un regreso, el porqué de un desayuno dominical... 
Casualmente, un poco después de desayunar compré el periódico y acompañé a Yolanda a lavar su coche. Se había puesto insistente con el tema: -Quiero lavar, quiero lavar... me dijo un poco nerviosa por teléfono... 
Yo trataba de no contactarla mucho. Yolanda filtraba cada sílaba que yo decía con sus ojos de mujer, y en vez de quedarse con el líquido se quedaba con el sedimento. No nos entendíamos bien
Pero a pesar de nuestros profundos desencuentros accedí y observé cómo se mojaba su cuerpo mientras cepillaba con insistencia. A medida que ella giraba en torno al vehículo, erguía su físico para refregar hasta el techo, y se mojaba. Y con el agua nuestro vínculo se desdibujaba. Y, aunque apenas,  daba paso a otra cosa; como el domingo que iba tomando sentido involuntariamente hacia el lunes.


(Foto: Nico) Jabón y algunos reflejos interesantes en la luneta trasera