Cogió el tren. Volvía. Sobre la ventana se proyectó la cara de un tipo serio, cansado de concentrarse y aplaudir muertes prematuras en las escaleras de su empresa. Hoy, dos menos.
Ayer había llamado su madre, para informarle de la muerte de la última tía abuela que le quedaba, tenía 99 años y medio. Cerró sus puertas en un par de días y hasta en esa rápida agonía se dio el lujo de dar órdenes.
Entonces, por un lado, se puso a pensar en la dicha de una vida que hasta el final de sus días fue luchadora, determinante de sí misma, que pareció burlarse de la muerte y hasta de la redondéz matemática, que pareció decir soy yo la que dice cuándo no quiero más. "La muerte quedó exhausta antes de llevársela", le había escrito unas horas antes la genial cabeza de su hermano.
Por el otro, sintió la injusticia del avasallamiento, la humillación del llanto y del abrazo inútil. Se rompió la cabeza ante la impotencia y se hartó de sonreír para siempre, rodeado de gente, pensando. Y dijo en voz alta: "Estoy cansado de aplaudir gente muerta. No quiero más, esto".
A la memoria de Matilde Mucci. (Buenos Aires 1909-2008)
Foto: A la derecha, Matilde Mucci con una de sus sobrinas en Mar del Plata, Argentina, 23 de febrero de 1953.