jueves, 29 de enero de 2009

Vestigios



Mi único capital es el viento
y la marea que nos trajo hasta aquí,
contigo siempre sufrí,
pero eso es lo que quiso el tiempo.

No hay lágrimas ni desencuentros,
sólo bitácoras, documentos,
de aquel viaje que nos llevó
tan lejos, a mar abierto.

(Foto: Nico)

viernes, 23 de enero de 2009

El proceso

Pasó a su lado justo cuando él doblaba la esquina. Algo le entró por la nariz y en vez de irle al pulmón le fue directo al cerebro. Lo procesó y lo trasladó unos veinte años hacia atrás. Como si fuera un viejo ordenador sintió como todo se analizaba ahí adentro, en busca de la información, intentando unir esos nexos que habían sido cortados hacía tanto tiempo. En unos segundos, volvían a unirse y obtenía el resultado: ese nombre. Un proceso rápido y perfecto. Se dió cuenta de que podía hacerlo, una a una, ir directo a cada nombre sin equivocarse. Tenía una nariz privilegiada, o muy pocas mujeres habían pasado por su vida.

martes, 20 de enero de 2009

Anestesia local



Todo fue de menos a más, los rumores, la angustia... Esta vez tocaron sensiblemente el alma de mi propio jardín de gente. Todo iba ganando posiciones como cuando uno se avalanza desde la barra, a la mesa mejor ubicada; o desde la puerta misma de casa, exhausto, al sillón. Y se deja caer, se deja envolver, se deja morder.
Ya sé, aquello no era nada personal conmigo, pero me lo tomé mal. Se están abusando de mis profundos deseos de permanencia en ese mercado de elegidos para saborear la vida de una manera complicada pero muy, muy amena.

Y dale que te abrazo, y dale que te achucho... dale. No deben practicarse despedidas de los lugares donde uno sabe que va a volver. Para nosotros -para esta gente- el trabajo es una mera aunque importante excusa para tejer nuestra telaraña en la sociedad, pero si no se teje ahí se tejerá en un bar. Aunque para los otros el trabajo ha pasado a ser la excusa misma, como una gran lavadora, donde se muerden los labios y se lavan las culpas tratando de no aparentar lo que en realidad desean: volver a administrar la esclavitud.

Y será así, como iremos a ver el mundo por nuestra propia cuenta, desde otro lado. O nos veremos obligados a tomar cada vez con más frecuencia una copa de vino en paz mientras escuchamos un poco de jazz. Porque según parece, no haremos nada más. Salvo eso, aplicarnos anestesia local.

A la izquierda, Dave Pybus y vino en el Café Central . Derecha, sillón y vino.
Fotos y montaje: Nico.

La expresión "jardín de gente" está inspirada en la canción de Luis Alberto Spinetta

lunes, 12 de enero de 2009

Aquello que hemos perdido



La caballerosidad parece haber sido reemplazada por los gallumbos y los pantalones a media asta, mientras que la raya del culo pretende llegar a ser más interesante que una hermosa espalda de mujer.
Al menos de este lado del hemisferio, queriendo o sin querer, tengo que observar diariamente cómo se ha reducido el tiro del pantalón. No sólo en las chicas, sino también en los varones. En las escaleras del metro no me queda otra y me da calor tener que subir justo detrás de una chica que se va sosteniendo o levantando con una mano detrás el pantalón hacia arriba. Siento que las viejas me miran mal y piensan "Ese asqueroso le anda mirando el culo a la chica y ella, pobre, se tiene que tapar". Ante esa injusta duda que me incomoda mucho voy a hacerme una camiseta con una inscripción que diga "No se confunda, señora, la ordinaria es ella".

De acuerdo que algún que otro culo interesante se puede ver, por lo demás a mi me resulta bastante incómodo. Pero en los varones es francamente peor. No sólo porque no me interesan para nada los culos masculinos, mucho menos ver la insoportable pijada de la marca de los gallumbos que usan, sino que nada más de verlo me resulta casi más incómodo a mi que lo que supongo le resulta a ellos. Me dan ganas de decirle "Nene, mirá que se te están cayendo, ¿eh?". Pero me contengo. Veo que no les queda otra que caminar como un pato, apretando las piernas hacia afuera para tratar de sostenerlo, unos movimientos de lo más extraños. Encima usan un cinturón inútil... ¡a la altura de las pelotas! Me pregunto hasta dónde puede un ser humano perder la cabeza y aguantar semejante incomodidad con el sólo fin de estar a la moda. O cuánto la moda puede carcomer el cerebro humano con tal de sobrevivir en base a sus variadas desfachateces y desagradables inventos.

Hace rato que quería decir esto. Me vino ahora a la memoria porque me recordaron por ahi esta maravillosa escena de Esencia de mujer, que me pareció justo el polo opuesto a la imagen que me veo obligado a ver casi todos los días. El buen gusto (que no el lujo), el sublime cortejo o el sencillo encanto de hacer sentir bien a alguien a cambio de una sonrisa o del silencio. Son una actitud y es parte de todo aquello que hemos perdido. O directamente hemos perdido la cabeza.

Al Pacino y la indescriptible Gabrielle Anwar en una escena de Esencia de Mujer (Martin Brest-1992).
La música es el tango Por una cabeza, de Carlos Gardel y Alfredo Lepera, compuesto en 1935.

miércoles, 7 de enero de 2009

Luchador de consumo




Dejando de lado las causas, parece ser que se está tratando ahora de que no caiga a pique el consumo y los gobiernos del mundo se reunen, hablan y se rompen la cabeza (nunca el culo) para ver cómo lograrlo. Cómo hacer que consumamos, que sigamos comprando como siempre, y para eso perfilan acciones para dar liquidez al mercado (líquido, es decir que el dulce de leche estaría a la baja en estos momentos, es muy espeso). El tema es que no se pare la rueda, porque como todos sabemos la economía mundial depende de un muy delicado, pero sobre todo injusto equilibrio de consumo.
Entonces me volví tonto y me hice esa molesta pregunta, ¿y por qué?. ¿Por qué hay que consumir para que funcione el mundo? Antes de chocar contra mis propias reflexiones pensé que quizá durante todo el 2009 no tendría ganas de consumir nada, nada más que aquello que me permitiera vivir de forma básica en el siglo XXI: luz, gas, algunas horas de televisión, transporte, unas verduras, arroz basmati, un bistec a la plancha y una sola nueva camisa. Música, eso sí, y con la mayor frecuencia posible alguna cena en un restaurante con encanto. Ni si quiera sería necesario seguir escribiendo estas líneas.

Pero la rueda no va ahí, sino que gira mayormente en base a montones de inventos y deseos innecesarios (al frente de la tabla vayan los insoportables politonos de los moviles, la vestimenta actual que dura -nos la hacen durar -cinco días de moda, o la TV y el DVD de super-archi-mega-ultra-hiper definición, etc, etc, etc...) Me imagino algunos cerebros diciendo "¿y ahora qué podríamos inventar? ¿qué le podemos agregar a esta ensalada?". Consumo espurio, lejos estamos de conducir una rueda en base a un trabajo en línea con una producción que sirva a las necesidades reales del ser humano.

Entonces no consumir estanca, va contra el tamaño, la velocidad y la dirección hacia dónde va la rueda que mueve este mundo. Asi que en línea con este criterio, con la forma que ha tomado esto, un día podrían venir a detenerme por la fuerza, a mi propia casa. Yo preguntaría cuáles son mis cargos y me contestarían: No consumir, señor. Es delito contra la estabilidad mundial.
La bendita rueda, si. Hay veces que hasta creo que prefiro pinchar.

(Imagen: Nico)

sábado, 3 de enero de 2009

Aquellos días de mierda

-Concéntrate, concéntrate hijo.., me decía. Mi padre no era gente seria. Caminabamos juntos por la calle y así, intempestivamente, sin ninguna relación con nada, me cogía del cuello apretando un poco y con cara de serio me decía cosas como esa. Creo que ni él sabía dónde iba, pero pensaba, seguíamos caminando sin parar y al rato seguía hablando. Hacía que le mire, que le preste atención y le atienda; sobre todo eso, me concentraba en tratar de entender lo que pretendía decir, a dónde iba con sus palabras. Era impredecible. Pasábamos frente al dispensario del barrio y me decía: -Qué te parece si entramos a la sala de urgencias. Sí, decimos ¿qué tal, como va la cosa hoy, ha habido mucha gente o poca? sólo quería saber eso.
Lo hacía bien. Desconcertaba porque yo siempre tenía que utilizar cinco o diez segundos para averiguar si me estaba hablando en serio o no y cuando me daba cuenta efectivamente ya había logrado distraerme. Así que a unos cuantos pasos pisé una fresca y enorme mierda de perro. Ahí me soltaba y comenzaba a doblarse de risa. Entonces yo me angustiaba mucho y me daba cuenta de que había caído otra vez, de que aún no había aprendido. Pero después se me pasaba.
Quizá haya sido eso lo que me enseño; a ser un tipo astuto y darme cuenta de las cosas que tengo delante. A mantener los ojos bien abiertos y no tomarme nada en serio en la vida, salvo esquivar muy bien la mierda a tiempo.