y la marea que nos trajo hasta aquí,
contigo siempre sufrí,
pero eso es lo que quiso el tiempo.
No hay lágrimas ni desencuentros,
sólo bitácoras, documentos,
de aquel viaje que nos llevó
tan lejos, a mar abierto.
(Foto: Nico)
La caballerosidad parece haber sido reemplazada por los gallumbos y los pantalones a media asta, mientras que la raya del culo pretende llegar a ser más interesante que una hermosa espalda de mujer.
Al menos de este lado del hemisferio, queriendo o sin querer, tengo que observar diariamente cómo se ha reducido el tiro del pantalón. No sólo en las chicas, sino también en los varones. En las escaleras del metro no me queda otra y me da calor tener que subir justo detrás de una chica que se va sosteniendo o levantando con una mano detrás el pantalón hacia arriba. Siento que las viejas me miran mal y piensan "Ese asqueroso le anda mirando el culo a la chica y ella, pobre, se tiene que tapar". Ante esa injusta duda que me incomoda mucho voy a hacerme una camiseta con una inscripción que diga "No se confunda, señora, la ordinaria es ella".
De acuerdo que algún que otro culo interesante se puede ver, por lo demás a mi me resulta bastante incómodo. Pero en los varones es francamente peor. No sólo porque no me interesan para nada los culos masculinos, mucho menos ver la insoportable pijada de la marca de los gallumbos que usan, sino que nada más de verlo me resulta casi más incómodo a mi que lo que supongo le resulta a ellos. Me dan ganas de decirle "Nene, mirá que se te están cayendo, ¿eh?". Pero me contengo. Veo que no les queda otra que caminar como un pato, apretando las piernas hacia afuera para tratar de sostenerlo, unos movimientos de lo más extraños. Encima usan un cinturón inútil... ¡a la altura de las pelotas! Me pregunto hasta dónde puede un ser humano perder la cabeza y aguantar semejante incomodidad con el sólo fin de estar a la moda. O cuánto la moda puede carcomer el cerebro humano con tal de sobrevivir en base a sus variadas desfachateces y desagradables inventos.
Hace rato que quería decir esto. Me vino ahora a la memoria porque me recordaron por ahi esta maravillosa escena de Esencia de mujer, que me pareció justo el polo opuesto a la imagen que me veo obligado a ver casi todos los días. El buen gusto (que no el lujo), el sublime cortejo o el sencillo encanto de hacer sentir bien a alguien a cambio de una sonrisa o del silencio. Son una actitud y es parte de todo aquello que hemos perdido. O directamente hemos perdido la cabeza.
Al Pacino y la indescriptible Gabrielle Anwar en una escena de Esencia de Mujer (Martin Brest-1992).
La música es el tango Por una cabeza, de Carlos Gardel y Alfredo Lepera, compuesto en 1935.