Durante el otoño a veces tomó café, oculto tras el ventanal y las letras transparentes. Aparecía por esa esquina, cruzaba la calle, caminaba unos metros y desaparecía. Después, mientras terminaba de beberlo, se quedaba pensando en su cigarrillo, en ese abrigo hasta el cuello y en la distancia que los separaba. Desde la boca del metro, hasta la taza de café. Desde aquel beso, hasta ahora. Pagaba y se iba.
11 comentarios:
A veces soportamos esas distancias en silencio, con apenas un café como compañero.
Un beso, Nico!
De verdad lo dices Evan? Por fin alguien que prefiere tomarse un buen café antes que desgastarse en reproches y en joder a los demás.
Un café tibiecito y dulcecito, en verdad se antoja, con unas galletas y... ¡A olvidar las penas!!
Saludos desde México.
¡Ay, no! Qué soledad un café sola. Si es en mi casa está todo bien, pero cuánto más calido me resulta un bar, más triste me resulta imaginarme sola ahí adentro.
Una distancia amarga y un café dulce... cómo son las cosas...
Me autoproclamo públicamente la gran amante de los cafés solitarios. Definitivamente. Siempre hacen bien. Punto.
El cafè es como una garantìa de que no vamos a incursionar en ninguna locura. Es como una credencial. Mejor cafè que alcohol.
Quièn es el que fuma? El que observa o quien es observado? No importa. Pero lo que es importante: ¿Por què no interceptar? Serà por la hora y el apuro o por las palabras que no encontraràn respuesta.
Amo el café, tan sólo con olerlo ya me siento mejor, el aroma del café es algo que invariablemente me pode de buenas y si lo combino con una tarde de lluvia y buena música no hay remedio mejor :)
Saludos.
sí, de verdad lo digo... tan raro es encontrar a alguien que no haga reproches y que intente entender al otro?
Besos
Yo lo amaba... lo dejé... ya lo amo... otra vez.
el café siempre nos escuece un poco la nostalgia, nos la despierta.
Publicar un comentario