viernes, 15 de abril de 2011

Entre la caricia y el estrangulammiento


Me desperté en la profundidad de la noche, no podía sacarme ese título de la cabeza. Miré hacia el costado -el derecho, creo- y me dije: De cero a cien ¿qué probabilidades hay de que yo estrangule a mi chica o mi chica me estrangule a mi? No daba igual quién a quién porque el que muriera estrangulado debería ser aquel que tuviera razón, como siempre. En ese caso yo llevaba las de perder, pero ahora eso era un detalle menor.
Volví mi cabeza a su lugar de forma tal que quedé mirando hacia el techo. Mientras pensaba la respuesta me dí cuenta de que cuando giré la cabeza no había visto nada porque estaba completamente oscuro. Claro que yo sabía que ella estaba ahí. Estaba tan seguro que hasta me animé a tocarla con la punta de los pies; por suerte no se despertó.
Al cabo de unos cuantos segundos, quizá un minuto, determiné con claridad que la probabilidad de que yo estrangule a mi chica era de cero por ciento. Ahí se hizo una pausa porque determinar si ella podría alguna vez estrangularme me costó un poco más; pero más o menos la calculé en un 1,2 por ciento, una cifra muy cercana a la previsión de crecimiento económico español según el Banco Central si no recuerdo mal.
En realidad no estaba tan seguro y al rato volví a dudar un poco. Que si 1,2... 1,3. Me refiero a dudar de la probabilidad de ser estrangulado por mi propia mujer -las previsiones de crecimiento era seguro que no se cumplirían-
Dudaba, digo, principalmente porque empecé a hacer sumatorias de algunos cabreos monumentales, enormes cabreos, algunos de los cuales quedaron escritos hasta en las paredes. Básicamente, en cuanto a filosofía, podría resumirse en que dada una cita romántica por ejemplo, a mi me importa más la cena y a mi chica, que llegue a horario. En cualquier caso, como yo le digo siempre, no hace falta que nos pongamos de acuerdo para llegar al mismo lugar. Ella insiste, pero insiste porque no me entiende, o porque prefiere discutir mientras estamos hace ya algunos años parados en el mismo lugar, más allá de la forma en la que cada uno llegó ahí.
Aliviado por la probabilidad casi nula de ser asesinado por mi propia mujer me volví a dormir. Ella seguía ahí, a mi derecha. Ahora estaba seguro de eso porque por efecto del amanecer se empezaba a ver su silueta. Igualmente, volví a tocarla con la punta de mis pies.

(Foto: Nico) El techo, como a las 6:50 de la madrugada

2 comentarios:

Christián DN dijo...

Hay muchas maneras de ver ese 1,2%. Pero me temo que ninguna me parece "casi nula". Podrían ser 4 noches por año en las que tu vida corre peligro. O que una de cada 100 cosas que decís podría ser la última.
Mi papá me enseñó hace mucho que hay que asumir la propia peligrosidad, como para poder dominarla. Si no se la conoce, un día podría sorprendernos, convirtiéndose en acto.
Creo, en definitiva, que la pobre chica del post anterior no debía tener un porcentaje de "estrangulabilidad" mucho mayor que vos. Sólo que un buen (mal) día, el imbécil que tenía al lado dijo "ahora".

Nico dijo...

Coincido en el concepto de que uno no debe creerse inmune a nada, ni si quiera a si mismo. Acepto cierto margen de error en creerme fuera de peligro casi al 100%. Pero insisto en que no concibo que la caricia y el estrangulamiento estén tan cerca, convivan tanto tiempo y se desconozcan tanto que no se enteren de nada. Donde hubo fuego pueden quedar cenizas. No acepto que pueda quedar la muerte.