viernes, 25 de marzo de 2011

Textos modificados

Estaba releyendo algunos borradores que quedaron en el tintero, allá como por enero, y me arrepentía un poco de no haber publicado algunas cosas. Algunas de aquellas tonterías estaban bien, pero ahora ya no tenían sentido, o habían perdido el tiempo. Aunque lo peor era darme cuenta de que esto, o cualquier modificación posible, me gustaba menos que lo de antes. Cuanta más mano metía sucedía al revés: ganaba actualidad, pero perdía sentido, y ya no había remedio.

La cosa es que Yolanda entró por la puerta como a las ocho de la tarde, relajada pero mal, con el pelo revuelto, ofuscada con vaya a saber qué. No miró, ni saludó; siguió de largo por el pasillo y se metió en la ducha, o en algo que tenía que ver con el agua.
Yo tenía el ordenador sobre mis piernas, una copa de vino apoyada en la mesa del living y los pies sobre un almohadón marroquí. La tele estaba encendida pero por presumir, porque en realidad en casa no habìa nadie y yo andaba con esa actitud de aparentar, actitud que tomé mucho antes de que Yolanda entrara en escena.

Mientras escuchaba el agua volví a modificarlo todo. Me pregunté entonces para qué se fue, para qué vino, qué hace; cuánto de sus interrupciones se inmiscuiría en el texto. En definitiva, las cosas de siempre, un tema de entre casa, una recepción inesperada. Su música siempre fué de carácter incierto y los años en los que nos correspondimos fueron cuestionamientos monumentales.
El presente siempre nos resulto complicado, por eso le dije a Yolanda que a partir de ahora yo viviría sólo de los recuerdos y de las cosas que podían ser, incluso de aquellas que sabía perfectamente que no iban a ser nunca.
Como un buen texto, mal modificado, que se publicaría igual.

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